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sábado, febrero 13, 2016

Neurociencia: por qué el aburrimiento es todo menos aburrido




Actualmente, un número chico de científicos está abocado a un estudio serio sobre qué es, cómo se manifiesta en el cerebro y cómo se relaciona el aburrimiento con factores como el autocontrol.

Por Maggie Koerth - Baker Nature News ©2016

En 1990, cuando James Danckert tenía 18 años, su hermano mayor Paul chocó su auto contra un árbol. Lo sacaron con múltiples lesiones, incluyendo trauma cerebral.

La recuperación resultó difícil. Paul había sido baterista, pero incluso después de que sanara una muñeca rota, la batería ya no lo ponía contento. Según Danckert, Paul se quejaba amargamente una y otra vez de que, simplemente, estaba aburrido. “No tenía ni un indicio de apatía”, dice Danckert. “Le resultaba profundamente frustrante e insatisfactorio sentirse intensamente aburrido con las cosas que solían gustarle”, recuerda.

Pocos años después, cuando Danckert estudiaba para neuropsicólogo clínico, terminó trabajando con aproximadamente 20 jóvenes que también habían sufrido lesión cerebral traumática. Pensando en su hermano, les preguntó si también se aburrían más fácilmente que antes. “Y cada uno de ellos”, afirma, “me contestó que sí”.

Esas experiencias ayudaron a lanzar a Danckert en su actual camino de investigación. Siendo actualmente un neurocientífico cognitivo de la Universidad de Waterloo, en Canadá, forma parte de un número chico pero creciente de investigadores que participan de un estudio científico serio sobre el aburrimiento.

No hay ninguna definición universalmente aceptada de aburrición. Pero sea lo que sea, sostienen los investigadores, no es simplemente otro nombre para depresión o apatía. Parece ser un estado mental específico que a la gente le resulta desagradable; una falta de estímulo que deja anhelando alivio, con un montón de consecuencias médicas, sociales y de comportamiento.

En estudios de atracones de comida, por ejemplo, el aburrimiento es uno de los factores desencadenantes más frecuentes, junto con la sensación de depresión y ansiedad. En un estudio de distracción que usó un simulador de autos, la gente tendiente al aburrimiento típicamente manejó a mayor velocidad que otros participantes, tardó más en responder a peligros inesperados y flotó con más frecuencia hacia las rayas centrales. Y en un sondeo de 2003, adolescentes estadounidenses que dijeron sentirse frecuentemente aburridos tuvieron 50 por ciento más probabilidad de posteriormente volverse fumadores, bebedores y consumidores de drogas, en comparación con sus compañeros con menor tendencia a aburrirse.

El aburrimiento incluso explica aproximadamente 25 por ciento de la variación en los logros de los estudiantes, dice Jennifer Vogel Walcutt, psicóloga del desarrollo del Grupo de Desempeño Cognitivo, firma consultora de Orlando, Florida. Es casi el mismo porcentaje atribuido a la inteligencia innata.

El aburrimiento es “algo que requiere significativa consideración”, subraya.

Los investigadores esperan convertir dichos indicios en un profundo entendimiento de qué es la aburrición, cómo se manifiesta en el cerebro y cómo se relaciona con factores como el autocontrol. Pero “estamos lejos de responder a esas cuestiones”, dice Shane Bench, un psicólogo que estudia aburrimiento en el laboratorio de Heather Lench de la Universidad de Texas A&M, en College Station. En particular, los investigadores necesitan mejores formas de medir la aburrición y técnicas más confiables para hacer que los sujetos de investigación se sientan aburridos en el laboratorio.

No obstante, el campo está creciendo. En mayo de 2015 la Universidad de Varsovia captó casi 50 participantes en su segunda conferencia anual sobre el aburrimiento, que atrajo a conferenciantes internacionales de la psicología social y la sociología. Y en noviembre, Danckert reunió aproximadamente una docena de investigadores de Canadá y Estados Unidos para un taller sobre el tema.

Investigadores de campos que van desde la genética a la filosofía, de la psicología a la historia, están empezando a trabajar juntos en investigación sobre el aburrimiento, dice John Eastwood, un psicólogo de la Universidad de York, en Toronto, Canadá. “Una masa crítica de gente que aborde cuestiones similares crea más inercia”, agrega.




http://www.losandes.com.ar/

sábado, diciembre 12, 2015

Cuatro gestos para ser feliz, últimos hallazgos en neurociencia







¿Escéptico del 'coaching'? Estas claves apelan a su cerebro. Un abrazo largo libera endorfinas

Con la moda del coaching y de la psicología positiva han entrado en circulación recetas prácticas que prometen hacernos sentir mejor y convertirnos en personas más felices. Aunque son procedimientos sencillos y no por ello menos eficaces, algunos escépticos desconfían de estas teorías relacionadas con el comportamiento y piden “más ciencia”. Pues bien: resulta que para ellos también existen algunos rituales con los que amplificar ese sentimiento subjetivo de bienestar que llamamos felicidad, ya que sus argumentos están amparados por la neurociencia.

En el libro The Upward Spiral, el neurocientífico e investigador Alex Korb aborda la depresión desde la neurología aplicada a la vida cotidiana, una perspectiva muy diferente de la que estamos acostumbrados. Su teoría parte de todos esos entresijos e intercambios químicos que tienen lugar entre neuronas y neurotransmisores y que a los demás nos suenan demasiado científicos como para asimilarlos tan fácilmente. Pero el propósito de este profesor de la Universidad de California (UCLA), en EE UU, es el de hacernos entender cómo, con pequeños cambios, podemos influir en nuestro estado de ánimo. El autor habla de crear una “espiral ascendente” con la que ir generando cambios positivos que nos alejen de esa actitud negativa que nosotros producimos y que nos conduce hacia la tristeza y el malestar. Para conseguirlo, Korb relaciona cuatro rituales:

Preocuparse es bueno

Don’t worry… Be happy, la famosa canción de Bobby McFerrin. no se corresponde a la realidad, según Korb. Preocuparse no es malo ni nos aleja de la felicidad. El neurocientífico explica cómo las emociones negativas activan zonas similares en el cerebro. Sentimientos tan dispares como el orgullo, la vergüenza o la culpa tienen consecuencias similares a nivel neurológico y, consecuentemente, anímico. No sucede así, en cambio, con la preocupación, cuyas consecuencias son menos perniciosas en la medida en que el cerebro entiende que estamos en el proceso de dar solución a nuestros problemas. Según el investigador, “preocuparse alivia el sistema límbico al aumentar la actividad de la corteza prefrontal y disminuir la de la amígdala; sentir esta ansiedad significa que estás haciendo algo al respecto, que es mejor que no hacer nada”. Desde la psicología social también se habla en este caso de resolver favorablemente una disonancia cognitiva. Según esta teoría, elaborada por el psicólogo Leon Festinger, aceptamos de buen grado una solución que a priori parece negativa para nosotros con tal de ser congruentes con nuestras propias decisiones: “El malestar de la preocupación lo convierto en una suerte de responsabilidad y autocontrol que me hace sentir bien”.

1. Hacer una lista de cosas por las que nos sentimos agradecidos

Sentirse mal es una tendencia, pero darle la vuelta a la tortilla es tan sencillo como preguntarse: “¿Por qué cosas me siento agradecido?”. Al hacerlo, Korb asegura que se consigue aumentar la densidad de las neuronas y la inteligencia emocional, lo cual ayuda a mejorar las relaciones personales. Pero además, y muy importante, incrementa la presencia y actividad de la serotonina y de la dopamina –sustancias involucradas tanto en la motivación como en la sensación de placer y felicidad– en los centros de recompensa del cerebro. Pero el investigador de la UCLA no ha sido el único en buscar maneras de aumentar los niveles de estas prescindiendo de medicamentos. Actualmente existen teorías que relacionan su presencia en el cerebro con nuestra alimentación. Sin ir más lejos, se ha demostrado que la cerveza es una liberadora natural de dopamina. Lo descubrieron en un estudioneurofarmacológico de la Escuela de Medicina de la Universidad de Indiana. Su director, el profesor de Neurología David A. Kareken, comprobó que un solo trago de esta bebida aumenta la producción de este neurotransmisor.

2. Identificar la emoción

Darle nombre e incluso etiquetar lo que sentimos ayuda mucho más que reprimirse o disimular fingiendo que nada sucede. En este último caso quizá consigamos engañar a alguien, aunque no lograremos aplacar nuestro hiperexcitado sistema límbico (el encargado de regular las emociones). Verbalizar las inquietudes mediante categorías o metáforas produce unos cambios mucho más significativos en nuestro cerebro: “Reconocerlas conscientemente reduce su impacto”, explica Kevin N. Ochsner, neurocientífico de la Universidad de Columbia. Por otra parte, Moria J. Smoski, del Centro Médico de la Universidad de Duke, realizó una investigación junto a un grupo de colaboradores en el que sometieron a resonancias magnéticas a varios individuos para estudiar su actividad cerebral; los resultados arrojaron que los desórdenes del ánimo se reflejaban en alteraciones de la actividad del sistema límbico. Al igual que Ochsner, encontraron que la aceptación de las emociones ayuda a regular su efecto negativo. Esta es una de las razones por las que esta práctica se utiliza con éxito en el tratamiento de la depresión con psicoterapia.
3. Tomar decisiones

Tomar decisiones y establecer objetivos activa un mismo circuito cerebral dentro de la corteza prefrontal, y lo hace de forma positiva, reduciendo la ansiedad y el estrés

Cuando decidimos algo, cerramos un episodio angustioso de incertidumbres y miedo al posible fracaso vinculado a la opción que vayamos a tomar: apostamos por una carta y estamos dispuestos a asumir las consecuencias. Eso en el plano mental. En el cerebral, tomar decisiones y establecer objetivos activa, según el neurocientífico, un mismo circuito cerebral dentro de la corteza prefrontal, y lo hace de forma positiva, reduciendo la ansiedad y el estrés. Pero hagamos un inciso: decidir no es siempre triunfar. Como bien ha indicado el eminente profesor de Psicología Positiva de Harvard Tal Ben-Shahar, “la perfección es la enemiga de la felicidad”. Bastará con tomar decisiones lo suficientemente buenas. Para ello, nada como entrenarse en meditación: en el año 2014, la revistaPsychological Science ya publicó los beneficios de esta práctica a partir de las investigaciones de Andrew C. Hafenbrack.

Este doctor, experto en Psicología de las Organizaciones, realizó unainvestigación en la Universidad de Singapur por medio de la cual descubrió que 15 minutos de meditación o mindfulness diario contribuye a tomar mejores resoluciones, en la medida en que se considera la información disponible en el momento presente. “Elmindfulness da tiempo al cuerpo estriado y a la corteza prefrontal para tomar la mejor decisión neuroeconómica o la más inteligente para la salud y el bienestar a largo plazo”, apostilla.
4. Abrazar sin pudor

En la edad adulta perdemos la costumbre infantil de abrazar a otra persona, y con ello prescindimos también de uno de los ejercicios más simples de la vida con los que secretaremos hormonas implicadas en combatir el dolor, como la oxitocina. El contacto físico con otras personas es más importante de lo que podamos pensar. Un abrazo largo y sentido nos dará sensación de bienestar y nos hará sentir queridos y a salvo, en parte por la liberación de endorfinas y dopamina. Pero además, ayuda a mejorar el sistema inmunológico. Esto se ha comprobado empíricamente. Sheldon Cohen, profesor de Psicología y director del laboratorio del estudio de Estrés, Inmunidad y Enfermedad de la universidad americana Carnegie Mellon (Pensilvania, EE UU), analizó el efecto de estas muestras de afecto en 404 personas. Los resultados de su investigación, publicada enPsychological Science hace unos meses, sugieren, según sus propias palabras, que “sentir un abrazo de alguien en quien confiamos es una manera efectiva de reducir el estrés, y que aquellos que reciben más abrazos están de algún modo más protegidos frente a las infecciones”.


PATRICIA PEYRÓ JIMÉN
EZ 

sábado, junio 27, 2015

El Yoga Nidra y sus beneficios, alcanzando metas






A continuación encontrarás los beneficios que te reporta el yoga nidra. El audio   adjunto te permitirá realizar la practica y experimentar  con disciplina y constancia los múltiples beneficios que  traerá a tu vida. 

El Yoga Nidra, “yoga de los sueños” o “sueño psíquico” (nidra significa sueño en sánscrito) es un poderoso método sistemático, resultado de la recopilación de antiguas técnicas y rituales tántricos, investigados en la década de los años 60 por el maestro Swami Satyananda Saraswati. Escribe Tania Preuss.

Swami Satyananda Saraswati(http://www.satyananda.net/inspirers/swami-satyananda-saraswati)  ha sido reconocido internacionalmente por sus investigaciones científicas sobre el yoga y la salud e inspiró la primera universidad de yoga del mundo, Bihar Yoga Bharati de Munger (India).

Actualmente, investigaciones en el ámbito de la neurociencia avalan los efectos psicofísicos sanadores alcanzados en estados semejantes al del Yoga Nidra, aun cuando no los investiguen bajo ese nombre.

La técnica del Nidra es fascinante y completa, actuando a todos los niveles: psicofísicos,fisiológicos y vitales y familiarizando a su practicante con estados mentales no habituales y/o desconocidos que luego los podrá utilizar en su benefício personal.

Se da en un espacio de silencio y calma con el cuerpo tumbado cómodamente y bien abrigado, pues la temperatura corporal suele bajar. Es una práctica físicamente pasiva, sin embargo una de sus condiciones imprescindibles es mantenerse despierto con la actitud de testigo y la consciencia activa.

A través de instrucciones sistemáticas, gradualmente se alcanza la desconexión de los estímulos externos percibidos por los órganos sensoriales, logrando el “Silencio interior”, en sanscrito Antar mouna.
Sankhalpa, afirmación positiva

Ese poderoso estado de la mente que se alterna entre la vigilia consciente y el ensueño inconsciente, sin estar sujeto a ninguna de ellos, es conocido en la psicología moderna como ” estado hipnagógico”.

A través de imágenes simbólicas espontáneas o de visualizaciones propuestas ocurren procesos mentales de eliminación de memorias e “impresiones del subconsciente” (en sanscrito, samskaras).

Otra característica del Nidra, es el sankhalpa, una frase positiva con un propósito muy objetivo, que interviene en el inconsciente según nuestras necesidades e intenciones: cambiar hábitos, potenciar talentos innatos, eliminar adicciones y fobias, estimular el aprendizaje, la memorización, sanar desequilibrios, etc. Es una herramienta ideal para la reprogramación mental y para el desarrollo personal .

La práctica puede estar asociada a un previo trabajo físico de estiramientos (Hatha Yoga) o bien ser acompañada de sonidos armonizadores (Nada Yoga), creando así sinergias que se potencian muchísimo y facilitan la entrada y permanencia en ese estado de la mente.

Sus efectos son acumulativos y se pueden percibir varios días después de la práctica. A la larga ocurre una transformación personal integral muy profunda y amplia en sus practicantes. Resulta una experiencia muy placentera, sanadora y útil.

Es muy recomendable para quien busca:
Apaciguar la mente, reducir el estrés y elevar el ánimo.
Encontrar soluciones en los momentos de conflicto.
Poner en marcha decisiones y objetivos.
Estimular la voluntad personal y la autoestima.
Evolucionar y encontrar su camino.
Equilibrarse y adaptarse emocional o fisiológicamente en momentos de transición en: crisis personales, en el embarazo, en la menopausia, en el duelo.
Aliviar molestias en casos de fatiga crónica, fibromialgia, insomnio, hipertensión, etc.

Beneficios inherentes a la práctica:
Profunda relajación esqueleto-muscular, eliminación de bloqueos y dolores físicos.
Equilibrio del sistema nervioso y aumento de la producción de endorfinas, las hormonas de la felicidad, y por otro lado bajan los niveles de inmunodepresores, noradrenalina y cortisol.
Reducción del ritmo de nuestras ondas cerebrales y armonización de los dos hemisferios.
Sanación del estrés, depresiones, ansiedad, insomnio, cefalea, fibromialgia, fatiga crónica, hipertensión…
Una hora de práctica equivale a cuatro horas de sueño natural.
Desarrollo y utilización de la mente no analítica para fines de crecimiento personal.
Reprogramación mental y propuesta de objetivos.
Incremento de las capacidades de aprendizaje, memoria, intuición, creatividad.
Manifestación espontánea de nuestro potencial interno y nuestros recursos.
“Limpieza” del subconsciente y de memorias limitantes.
Lucidez para afrontar situaciones conflictivas.
Estados meditativos profundos.
Expansión de estados alterados de la mente .
Armonización integral.

Tania Preuss el profesora formada por Cristina Mata en Hatha Yoga, da clases en diferentes centros de Barcelona desde el año 2002. Formada en Terapias del sonido por Jacomina Kistemaker, entre otros, dirige sesiones regulares de Yoga Nidra y sonidos, meditaciones sonoro-vibracionales y audiciones meditativas, utilizando los cuencos tibetanos, tambor, voz, entre otros instrumentos armónicos.

jueves, agosto 21, 2014

Música y Neurociencia: un paso más en el conocimiento del ser humano




Cada día se publican nuevos estudios acerca de cómo nos afecta e influye la música. Lo que hace tan sólo unos pocos años era considerado pseudocientífico, a pesar de que sus orígenes se citan en las antiguas culturas y civilizaciones milenarias, hoy día está avalado por los resultados de numerosas investigaciones lideradas por equipos profesionales multidisciplinares de universidades y centros públicos y privados de todo el mundo.

Puede sorprender la necesidad de que existan estudios que corroboren aquello que la mayoría de nosotros, por no decir todos, hemos experimentado alguna vez. ¿Quién no se ha emocionado o ha modificado su estado de ánimo escuchando su canción favorita? ¿Quién no ha seguido un entrenamiento físico escuchando música a todo ritmo mejorando su rendimiento? ¿Quién no ha experimentado una mejora de su bienestar después de cantar en grupo? Hoy día, gracias a las técnicas de neuroimagen, es posible “ver” que ocurre en el interior de nuestro cerebro cuando estamos sometidos a diversos estímulos, entre ellos los musicales. Así, pueden detectarse las zonas o áreas cerebrales más activas, midiendo la variación de flujo sanguíneo o de consumo de oxígeno, e identificar las redes celulares conectadas, formadas por millones de neuronas, mostrándose los procesos neurales que subyacen mientras se desarrolla dicha actividad. Si utilizamos marcadores radioactivos, a través de las técnicas denominadas Tomografía por Emisión de Positrones (PET), podremos ver qué ocurre con el metabolismo cerebral, por ejemplo si aumenta o disminuye la segregación o recaptación de determinados neurotransmisores facilitando, así, una explicación neuroquímica adicional a las respuestas observadas.

Es evidente que la música cambia nuestra bioquímica cerebral: se activan conexiones neuronales, se segregan neurotransmisores, hormonas y endorfinas, se modifica nuestro ritmo cardíaco y respiratorio, se estimulan determinados centros de control como el hipotálamo, que se encarga de regular aspectos cruciales e importantes de nuestro organismo como la temperatura corporal y,… todo ello por el simple hecho de “escuchar” música. En principio puede parecer algo asombroso. Y, efectivamente, lo es aunque poco a poco vamos conociendo lo que ocurre en ese pequeño y complejo órgano denominado el órgano rey (cerebro). Sabemos que la música es el resultado de una percepción y su origen un movimiento vibratorio. Cuando un objeto o cuerpo se mueve, origina una variación de la presión atmosférica que se propaga por el aire en forma de energía acústica y es captada por el sistema auditivo. Si el ritmo de variación (frecuencia) y potencia mínima están por encima de los umbrales necesarios, el sistema auditivo transformará dicha energía acústica en energía eléctrica (potenciales de acción) que el nervio auditivo finalmente conducirá hasta el área auditiva primaria de ambos hemisferios cerebrales. A partir de aquí el mecanismo biológico es muy complejo y aún no totalmente conocido. La neurociencia desconoce aún cómo se produce el paso de lo tangible (procesos bioquímicos) a lo intangible (percepción) aunque sí puede explicar o teorizar acerca de cuáles son los distintos mecanismos neurales que intervienen en la “decodificación” de los parámetros musicales (melodía, ritmo, timbre,…)

La música nos entretiene pero es capaz de aportarnos mucho más, especialmente, en el ámbito de la salud. En un reciente estudio llevado a cabo por la investigadora Nina Kraus, de la universidad de Northwestern (EE.UU) se puso de manifiesto el impacto biológico de la música en el envejecimiento cerebral. Las conclusiones constataron que un entrenamiento musical de larga duración durante la infancia y/o adolescencia puede reducir la degeneración neuronal que, inevitablemente, se produce con la edad. De nuevo, se sugiere la gran capacidad de la música para potenciar la plasticidad cerebral. Como suelo decir, insistiendo en que uno de los mejores patrimonios que podemos dejar a nuestros hijos es la educación, la práctica musical será uno de los mejores regalos con que les podemos obsequiar a la vez que les aportará inestimables beneficios a largo plazo.

La neurología musical o neuromúsica, como denominan algunos autores, es un estimulante campo para los científicos, especialmente para los amantes de la música y para todos aquellos que les apasione profundizar en el conocimiento del cerebro que, en definitiva, no deja de ser el camino de la eterna búsqueda para conocernos mejor como seres humanos.

Jordi A. Jauset Berrocal
Dr. en Comunicación e Ingeniero de telecomunicación
Master en Psicobiología y Neurociencia cognitiva
www.jordijauset.es

domingo, diciembre 09, 2012

El Cielo es real – El viaje de un neurocirujano al Más Allá…


Introducción:

La famosa revista Newsweek sorprendió a muchos en su edición de Octubre 2012 con una portada y un titular impactante: “El cielo es real – La experiencia de un Doctor en el más allá”. La revista publica un artículo escrito por un prestigioso neurocirujano estadounidense que luego de haber vivido una Experiencia Cercana a la Muerte (ECM), asegura haber visto y viajado al más allá. Presentamos a continuación la traducción completa de la nota de Newsweek.

Cuando un neurocirujano se encontró a si mismo en estado de coma, experimentó cosas que nunca creyó posibles: un viaje al más allá.

por el Dr. Eben Alexander, The Daily Beast, 08 de Octubre 2012

Traducción: Sebastián Alberoni

Como neurocirujano, yo no creía en el fenómeno de las experiencias cercanas a la muerte. Hijo de un neurocirujano, crecí en un mundo científico. He seguido el camino de mi padre y me convertí en un neurocirujano académico, enseñando en Harvard Medical School y otras universidades. Entiendo lo que ocurre en el cerebro cuando las personas están a punto de morir, y siempre había creído que había una buena explicación científica para los viajes celestiales fuera del cuerpo, descritos por aquellos que escapaban a la muerte por poco.

El cerebro es un mecanismo sorprendentemente sofisticado pero extremadamente delicado. Si se reduce la cantidad de oxígeno que recibe, así sea la cantidad más pequeña, este reaccionará. No era una gran sorpresa que las personas que habían sufrido un traumatismo grave regresaran de sus experiencias con historias extrañas. Pero eso no significaba que habían viajado a algún lugar real.

Aunque me consideraba un creyente cristiano, era más de título que de creencia real. No me molestaban los que querían creer que Jesús era más que simplemente un buen hombre que había sufrido a manos del mundo. Simpatizaba profundamente con aquellos que querían creer que había un Dios en alguna parte ahí fuera que nos amaba incondicionalmente. De hecho, envidiaba a esas personas la seguridad que esas creencias sin duda les proporcionaban. Pero como científico, simplemente creía que era incorrecto creer en eso.

En el otoño de 2008, sin embargo, después de siete días en un estado de coma en el que se desactivó la parte humana de mi cerebro, el neocórtex, experimenté algo tan profundo que me dio una razón científica para creer en la conciencia después de la muerte.

Se cómo pronunciamientos como el mío les suenan a los escépticos, así que voy a contar mi historia con la lógica y el lenguaje del científico que soy.

Muy temprano por la mañana, hace cuatro años, me desperté con un dolor de cabeza muy intenso. En cuestión de horas, mi corteza entera – toda la parte del cerebro que controla el pensamiento y la emoción, y que en esencia que nos hace humanos – se había apagado. Los médicos del Hospital General de Lynchburg en Virginia, un hospital donde yo mismo trabajaba como neurocirujano, determinaron que de alguna manera había contraído una meningitis bacteriana muy poco frecuente que ataca sobre todo a los recién nacidos. Bacterias de e. coli habían penetrado en mi líquido cefalorraquídeo y estaban comiendo mi cerebro.

Cuando entré en la sala de emergencias aquella mañana, mis posibilidades de supervivencia en algo más que un estado vegetativo ya eran bajas. Pronto estas posibilidades cayeron a casi nulas. Durante siete días estuve en un coma profundo, mi cuerpo sin respuestas, mis funciones cerebrales superiores totalmente fuera de línea.

Luego, en la mañana de mi séptimo día en el hospital, mientras mis médicos consideraban si se suspendía el tratamiento, mis ojos se abrieron de golpe.

No hay una explicación científica para el hecho de que mientras mi cuerpo estaba en estado de coma, mi mente – mi conciencia, mi yo interior – estaba viva y bien. Mientras las neuronas de mi corteza cerebral fueron aturdidas hasta su total inactividad por las bacterias que las habían atacado, mi conciencia liberada del cerebro había viajado a una diferente y mayor dimensión del universo: una dimensión que nunca había soñado que podía existir, y que mi viejo yo previo al coma hubiera estado más que feliz explicando que se trataba de una simple imposibilidad.

Pero esa dimensión, a grandes rasgos, la misma que describen incontables personas que han vivido experiencias cercanas a la muerte u otros estados místicos, está allí. Existe, y lo que vi y aprendí allí me ha puesto literalmente en un mundo nuevo: un mundo en el que somos mucho más que nuestros cerebros y cuerpos, y donde la muerte no es el final de la conciencia, sino más bien un capítulo de un vasto e incalculablemente positivo viaje.

No soy la primera persona en tener evidencia de que la conciencia existe más allá del cuerpo. Breves y maravillosos destellos de este reino son tan antiguos como la historia humana. Pero hasta donde yo sé, nadie antes que yo haya viajado alguna vez a esta dimensión (a), mientras su corteza estaba completamente apagada, y (b), mientras que su cuerpo estaba bajo observación médica al minuto, como lo estuvo mi cuerpo durante los siete días completos de mi estado de coma.

Todos los argumentos principales en contra de las experiencias cercanas a la muerte sugieren que estas experiencias son el resultado de un mínimo, transitorio, o parcial mal funcionamiento de la corteza cerebral. Sin embargo, mi experiencia cercana a la muerte no tuvo lugar mientras mi corteza estaba funcionando mal, sino mientras estaba simplemente apagada. Esto se desprende claramente de la gravedad y la duración de mi meningitis, y de la complicación cortical global documentada por los escaneos TC y exámenes neurológicos. Según el conocimiento médico actual sobre el cerebro y la mente, no hay absolutamente ninguna manera de que yo pudiera haber experimentado ni siquiera una conciencia débil y limitada durante mi tiempo en el estado de coma, y mucho menos la odisea híper vívida y completamente coherente que experimenté.

Me tomó meses aceptar lo que me pasó. No sólo la imposibilidad médica de que había estado consciente durante mi coma, pero más importante aún, las cosas que sucedieron durante ese tiempo. Hacia el comienzo de mi aventura, yo estaba en un lugar de nubes. Grandes, esponjosas, de color rosa-blanco, que se presentaron nítidamente en contraste con el profundo cielo negro-azul.

Más alto que las nubes, inconmensurablemente más alto, una multitud de seres transparentes y brillantes se movían trazando arcos por el cielo, dejando largos trazos como serpentinas detrás de ellos.

¿Pájaros? ¿Ángeles? Estas palabras las registré más tarde, cuando estaba escribiendo mis recuerdos. Pero ninguna de estas palabras hace justicia a estos seres, que eran, sencillamente, diferentes a todo lo que he conocido en este planeta. Eran más avanzados. Formas superiores.

Un sonido, enorme y retumbante como un canto glorioso, descendió desde lo alto, y me pregunté si los seres alados lo estaban produciendo. Nuevamente, pensando en ello más tarde, se me ocurrió que la alegría de estas criaturas mientras volaban alto era tal, que tenían que emitir este sonido, y que si la alegría no salía de ellos de esta manera entonces simplemente no serían capaces de contenerla. El sonido era palpable y casi material, como una lluvia que se puede sentir en tu piel, pero que no te moja.

Ver y escuchar no estaban separados en este lugar donde ahora estaba. Podía escuchar la belleza visual de los cuerpos plateados de esos seres brillantes que estaban arriba, y pude ver la perfección creciente, alegre de lo que cantaban. Parecía que no se podía ver o escuchar ninguna cosa en este mundo sin volverse parte de ella, sin unirse con ello de alguna forma misteriosa. Una vez más, desde mi perspectiva presente, me permito sugerir que no se podría mirar “hacia” nada en ese mundo en absoluto, porque la palabra “hacia” en sí misma implica una separación que allí no existía. Cada cosa era distinta, pero cada cosa era también una parte de todo lo demás, al igual que los diseños ricos y entremezclados en una alfombra persa … o en el ala de una mariposa.

Se vuelve más extraño aún. Durante la mayor parte de mi viaje, alguien más estaba conmigo. Una mujer. Ella era joven, y me acuerdo de cómo era en detalle. Tenía los pómulos altos y ojos profundamente azules. Trenzas doradas enmarcaban su hermoso rostro. La primera vez que la vi, estábamos juntos cabalgando sobre una superficie con un intrincado patrón, que después de un momento me di cuenta que era el ala de una mariposa. De hecho, millones de mariposas estaban alrededor de nosotros, enormes y agitadas olas de ellas, que se zambullían en un bosque y volvían de nuevo a nuestro alrededor. Era un río de vida y color, moviéndose a través del aire. La vestimenta de la mujer era simple, como la de un campesino, pero sus colores en polvo azul, índigo y pastel de naranja-durazno tenían la misma abrumadora y súper vívida vitalidad que todo lo demás. Ella me miró con una mirada que, si la vieras durante cinco segundos, haría que tu vida entera hasta ese punto valiera la pena, sin importar lo que haya ocurrido en ella hasta ahora. No era una mirada romántica. No era una mirada de amistad. Era una mirada que de alguna manera estaba más allá de todo esto, más allá de todos los diferentes tipos de amor que tenemos aquí en la tierra. Era algo superior, que contenía todos estos tipos de amor en si mismo, mientras al mismo tiempo era mucho mayor que todos ellos.

Sin pronunciar un sola palabra, ella me habló. El mensaje me atravesó como un viento, y al instante comprendí que era cierto. Lo supe de la misma manera en que supe que el mundo que nos rodeaba era real, no era una fantasía pasajera e insustancial.

El mensaje tenía tres partes, y si tuviera que traducirlas al lenguaje terrenal, sería algo como esto:

“Ustedes son amados y apreciados, muchísimo y para siempre.”

“No tienes nada que temer.”

“No hay nada que puedas hacer el mal.”

El mensaje me inundó con una inmensa y loca sensación de alivio. Era como si me hubieran entregado las reglas de un juego al que había estado jugando toda mi vida sin nunca haberlo comprendido plenamente.

“Te vamos a mostrar muchas cosas aquí”, dijo la mujer, una vez más, sin llegar a utilizar estas palabras, sino transmitiéndome directamente su esencia conceptual. “Pero eventualmente vas a regresar”.

Para ello, sólo tenía una pregunta.

¿Regresar a dónde?

Un viento cálido soplaba, como los que surgen en los días más perfectos de verano, sacudiendo las hojas de los árboles y fluyendo como agua celestial. Una brisa divina. Esto cambió todo, transformando el mundo a mi alrededor en una octava incluso más alta, una vibración más alta.

A pesar de que aun tenía una pequeña función del lenguaje, al menos la idea que tenemos de él en la Tierra, sin decir palabras comencé a formular preguntas a este viento, y al ser divino que sentía que trabajaba detrás de él o dentro de él.

¿Dónde está este lugar?

¿Quién soy yo?

¿Por qué estoy aquí?

Cada vez que expresé silenciosamente una de estas preguntas, la respuestas llegaron inmediatamente, en una explosión de luz, color, amor y belleza que soplaba a través de mí como una ola rompiendo. Lo más importante de estas explosiones es que no callaban mis preguntas abrumándolas. Respondían a las preguntas, pero de una forma que pasaba el lenguaje por alto. Los pensamientos me entraban directamente. Pero no era pensamiento como lo experimentamos en la Tierra. No era vago, inmaterial o abstracto. Estos pensamientos eran sólidos e inmediatos, más calientes que el fuego y más húmedos que el agua, y mientras los recibía era capaz de comprender al instante y sin esfuerzo conceptos que me habría llevado años comprender plenamente en mi vida terrenal.

Seguí avanzando y me encontré ingresando en un inmenso vacío, completamente oscuro, infinito en tamaño, pero también infinitamente reconfortante. Era profundamente negro pero a la vez rebosante de luz: una luz que parecía venir de un orbe brillante que ahora sentía más cerca de mí. El orbe era una especie de “intérprete” entre mí y esta vasta presencia que me rodeaba. Era como si yo estuviera naciendo a un mundo más grande, y el propio universo era como un útero cósmico gigante y el orbe (que sentí estaba conectado de alguna manera con, o incluso era idéntico a la mujer sobre el ala de la mariposa) fue guiándome a través de él.

Más tarde, cuando volví, me encontré con una cita del Siglo XVII, del poeta cristiano Henry Vaughan, que estuvo muy cerca de describir este lugar mágico, este núcleo vasto y negro como tinta, que era el hogar de la misma Divinidad.

“Hay, dicen algunos, en Dios, una oscuridad profunda pero deslumbrante”.

Eso era exactamente: una negra oscuridad que también estaba rebosante de luz.

Sé muy bien cuan extraordinario, cuan francamente increíble, todo esto suena. Si alguien, incluso un médico, me hubiera contado una historia como ésta en los viejos tiempos, hubiera estado bastante seguro de que estaba bajo el hechizo de algún delirio. Pero lo que me pasó fue, lejos de ser delirante, tan real o más real que cualquier otro acontecimiento en mi vida. Eso incluye el día de mi boda y el nacimiento de mis dos hijos.

Lo que me pasó exige una explicación.

La física moderna nos dice que el universo es una unidad que es indivisible. Aunque parece que vivimos en un mundo de separación y diferencia, la física nos dice que debajo de la superficie, cada objeto y acontecimiento en el universo está completamente entretejido con todos los demás objetos y eventos. No hay verdadera separación.

Antes de mi experiencia de estas ideas eran abstracciones. Hoy son realidades. El universo no sólo está definido por la unidad, sino también, ahora lo sé, definido por el amor. El universo como lo experimenté en mi estado de coma es – he descubierto con sorpresa y alegría- el mismo sobre el cual tanto Einstein y Jesús habían hablado en sus (muy) diferentes maneras.

He pasado décadas como neurocirujano en algunas de las instituciones médicas más prestigiosas de nuestro país. Sé que muchos de mis compañeros se aferran, como yo en el pasado, a la teoría de que el cerebro, y en particular la corteza, genera la conciencia y de que vivimos en un universo desprovisto de cualquier tipo de emoción, y mucho menos del amor incondicional que ahora se que Dios y el universo tienen hacia nosotros. Pero esa creencia, esa teoría, ahora yace rota a nuestros pies. Lo que me pasó la destruyó, y tengo la intención de pasar el resto de mi vida investigando la verdadera naturaleza de la conciencia y difundiendo el hecho de que somos más, mucho más, que nuestro cerebro físico, lo más claro que pueda, tanto hacia mis colegas científicos como hacia la gente en general.

No espero que esto sea una tarea fácil, por las razones que he descrito anteriormente. Cuando el castillo de una vieja teoría científica comienza a mostrar líneas de falla, al principio nadie quiere prestar atención. En primer lugar, el antiguo castillo simplemente ha tomado mucho trabajo para ser construido, y si se cae, uno completamente nuevo tendrá que ser construido en su lugar.

Esto lo aprendí de primera mano después de que estuve lo suficientemente bien como para volver a salir al mundo y hablar con otras personas -personas, es decir, que no sean mi sufrida esposa, Holley, y nuestros dos hijos-, acerca de lo que me había pasado. Las miradas de incredulidad cortés, especialmente entre mis amigos médicos, pronto me hicieron ver la gran tarea que tendría para que la gente comprendiera la enormidad de lo que había visto y experimentado esa semana mientras mi cerebro estaba apagado.

Uno de los pocos lugares en los que no tuve problemas para transmitir mi historia era un lugar que antes de mi experiencia había visto bastante poco: la iglesia. La primera vez que entré en una iglesia después de mi coma, veía todo con ojos nuevos. Los colores de los vitrales me recordaron la luminosa belleza de los paisajes que había visto en el mundo de arriba. Las notas bajas profundas del órgano me recordaron cómo los pensamientos y emociones en ese mundo son como olas que se mueven a través de ti. Y, lo más importante, una pintura de Jesús partiendo el pan con sus discípulos evocó el mensaje que permanece en el corazón mismo de mi viaje: que somos amados y aceptados incondicionalmente por un Dios aun más grande e insondablemente glorioso que el que me habían enseñado de niño en la escuela dominical.

Hoy en día muchos creen que las verdades espirituales vivas de la religión han perdido su poder, y que la ciencia, no la fe, es el camino a la verdad. Antes de mi experiencia tenía una fuerte sospecha de que ese era el caso para mí.

Pero ahora entiendo que esta opinión es demasiado simple. El hecho cierto es que la imagen materialista del cuerpo y el cerebro como los productores, en lugar de los vehículos, de la conciencia humana, está condenada. En su lugar, una nueva visión de la mente y el cuerpo va a surgir, y de hecho ya está emergiendo. Este punto de vista es científico y espiritual en igual medida y valorará lo que los más grandes científicos de la historia siempre se han valorado por sobre todo: la verdad.

Esta nueva imagen de la realidad tomará mucho tiempo en armarse. No va a estar terminada en mi tiempo, o incluso, sospecho, tampoco en el tiempo de mis hijos. De hecho, la realidad es demasiado vasta, demasiado compleja y demasiado irreductiblemente misteriosa para que una imagen de ella alguna vez llegue a estar absolutamente completa. Pero, en esencia, esta imagen mostrará al universo en evolución, multidimensional, y conocido en detalle hasta cada uno de sus últimos átomos por un Dios que nos cuida mucho más profunda y apasionadamente que cualquier padre que alguna vez haya amado a su hijo.

Aun sigo siendo un doctor, y aun sigo siendo un hombre de ciencia, casi exactamente igual a como era antes de que tuviera mi experiencia. Pero en un nivel más profundo soy muy diferente a la persona que era antes, porque he podido vislumbrar esta imagen de la realidad que está surgiendo. Y puedes creerme cuando te digo que va a valer la pena cada pequeño paso de la labor que nos llevará, y a los que vienen después de nosotros, para llegar a comprenderla bien.

Proof of Heaven

A partir de esta experiencia, el Dr. Eben Alexander ha escrito un libro titulado “Proof of Heaven: A Neurosurgeon’s Journey into the Afterlife” (“Prueba del Paraíso: El Viaje de un Neurocirujano al Más Allá”. Este libro se puede adquirir en Amazon.com haciendo click aquí (por ahora solo disponible en idioma Inglés).

Traducción: Sebastián Alberoni –

www.caminosalser.com

Link al artículo completo “Heaven Is Real: A Doctor’s Experience With the Afterlife” de la revista Newsweek:

http://www.thedailybeast.com/newsweek/2012/10/07/proof-of-heaven-a-doctor-s-experience-with-the-afterlife.html

por el Dr. Eben Alexander, The Daily Beast, 08 de Octubre 2012

Fuente original: http://www.thedailybeast.com/newsweek/2012/10/07/proof-of-heaven-a-doctor-s-experience-with-the-afterlife.html

Traducción: Sebastián Alberoni – www.caminosalser.com

domingo, abril 25, 2010

Plasticidad del cerebro abre infinitas posibilidades a la transformación humana

En el siguiente articulo encontrarás según investigaciones científicas la conexión entre el budismo y la neuropsicología, la teoría de que nuestras neuronas con el tiempo se desgastan es revaluada, existen técnicas para generar nuevas redes neuronales, y mejorar trastornos como el de los obsesivo compulsivos, te invito a realizar el recorrido por el artículo.
Querer es poder
La impresionante plasticidad del cerebro abre infinitas posibilidades a la transformación humana
…desde hace siglos los budistas sostienen que tenemos la capacidad de convertir el dolor en sabiduría, la envidia en compasión, la angustia en esperanza; que tenemos en nuestra mano la posibilidad de borrar las heridas del pasado y esculpir un futuro. Podemos aprender a ser felices y plenos.

En los reinos de la ciencia, sin embargo, siempre se había pensado lo contrario. El cerebro, el capitán general de nuestro comportamiento y nuestro sentir, es inamovible, decían. No sólo no se puede cambiar, añadían, sino que a lo largo de la vida vamos perdiendo neuronas que nunca más se vuelven a recuperar.

Fatalidad irreal

Pero los últimos años de investigación neurocientífica demuestran que semejante fatalidad no es real. Más bien todo lo contrario. Y he ahí que la ciencia demuestra los principios del budismo: con la intención, con la voluntad, con el deseo se cambia lo que antes se consideraba escrito en piedra: la arquitectura cerebral.

Desde hace dos décadas el Dalai Lama se reúne periódicamente con neurocientíficos occidentales con el objetivo de aunar dos aproximaciones con orígenes muy diferentes, pero con el objetivo común de comprender la mente humana, su realidad y los caminos para alcanzar el bienestar. De estos encuentros han salido infinidad de proyectos y datos muy valiosos.

El Dalai Lama ha insistido desde el principio en que la fuerza de la mente puede cambiar el cerebro y con él nuestra manera de vivir y de crear el mundo que nos rodea. Sin embargo, ésta era una hipótesis difícil de aceptar para los científicos.

La reunión de 2004 en Dharamsala (India) entre ciencia y budismo tuvo como tema de discusión la mencionada propuesta de Su Santidad. Parece que los investigadores han tenido que plegarse a las evidencias de los estudios y dar la razón al budismo.

La periodista científica Sharon Begley ha recogido el encuentro en el libro Train your mind, change your brain (entrena tu mente, cambia tu cerebro), que acaba de publicarse en Estados Unidos, y en él se puede leer la siguiente cita de Michael Merzenich, un neurocientífico de la Universidad de California-San Francisco (EEUU), que testifica el cambio de pensamiento: “cada momento elegimos y esculpimos cómo va a trabajar nuestra siempre cambiante mente, elegimos quién seremos en el momento siguiente”. O dicho de otro modo, somos libres para decidir qué tipo de persona deseamos ser.

La piedra filosofal

La piedra filosofal para la transformación mental es una mezcla del querer es poder, es decir, de la voluntad, la intención o la fuerza de la mente y de la impresionante plasticidad del cerebro. Al igual que el entrenamiento físico fortalece los músculos, el entrenamiento mental modifica los circuitos del cerebro en la dirección que deseamos.

Si uno se empeña y lo desea puede construir y potenciar los circuitos de la felicidad, de la armonía, de la empatía y todo el etcétera que se quiera. Para los budistas el entrenamiento mental por excelencia, la herramienta para cambiar el cerebro y la realidad, es la meditación.

Así, el Dalai Lama habla del arte de la felicidad y cuenta su propio cambio gracias a la meditación. Explica que cuando era joven se enfadaba con mucha frecuencia y sentía rabia. Ahora, tras muchos años de meditación, esas emociones se han esfumado y no es porque pueda controlarlas, sino porque ni siquiera se presentan en su vida.

Pero por supuesto no hace falta ser un monje budista para disfrutar de los efectos transformadores y creativos de la meditación. David Lynch, el siempre sorprendente director de cine, en su libro Catching the big fish (Atrapar el pez grande), explica cómo esa técnica ha influido en su creatividad y en su consciencia: “cuando buceas en tu interior, el auténtico ser está ahí y la verdadera felicidad está ahí. Hay un océano enorme, sin límites, de ella”.

Nuevas cualidades

La meditación permite cultivar cualidades nuevas que poco a poco se van incorporando de forma natural a la vida cotidiana. En un principio hay que tener la voluntad para dirigir la mente hacia el lugar que deseamos y de este modo se comienzan a formar nuevas conexiones cerebrales que son primero caminos y con el tiempo se convierten en autopistas cerebrales para la alegría, la compasión, la empatía…

Para eliminar los pensamientos o emociones negativas no hay que luchar contra ellas sino reemplazarlas por otras positivas. Decir “no a la guerra” es seguir dando protagonismo al conflicto, afirmar “sí a la paz” crea un nuevo circuito y borra la huella de la guerra.

Numerosos experimentos han demostrado que la práctica de la meditación altera la geografía neuronal de modo que se potencia la actividad en áreas relacionadas con las emociones positivas, el bienestar y la felicidad. “Lo que estamos viendo es que la felicidad no es simplemente un estado, sino que es un producto de habilidades que se pueden mejorar con entrenamiento mental”, afirma Richard Davidson de la Universidad de Wisconsin-Madison (EEUU), uno de los primeros investigadores en llenar el cráneo de los monjes budistas de electrodos.

Y de nuevo no es necesario ser un monje budista o pasar horas en estado meditativo: se ha visto que incluso las formas más básicas de entrenamiento mental producen efectos positivos. Se puede considerar como si se educara a un niño jugando, pero en este caso el niño es nuestro propio cerebro.

Es lógico que los efectos en el cerebro de los monjes sean mucho más significativos, pero con tan solo una semana de meditación ya se pueden observar cambios en el cerebro de personas que nunca antes habían practicado esta técnica. La diferencia es que están más activas las áreas asociadas con el bienestar y el pensamiento positivo.

Una clave muy importante para la transformación es la observación de uno mismo, ese buceo interior del que habla David Lynch.

Experimento de Schwartz

Un ejemplo clarificador de esta mirada interior es un experimento realizado por Jeffrey Schwartz, neuropsiquiatra de la Universidad de California-Los Ángeles (EEUU), con personas que padecían trastorno obsesivo compulsivo – la patología de las manías como el personaje de Jack Nicholson en Mejor Imposible que no dejaba de lavarse las manos y cada vez estrenaba una pastilla de jabón.

Schwartz, budista y practicante de la meditación, quiso comprobar el potencial terapéutico de ésta. Siguiendo la idea de lo que se conoce como meditación consciente, es decir, observar lo que ocurre en el interior sin juzgar, enseñó a sus pacientes a separarse de su enfermedad; a observar los síntomas con la parte más lúcida de ellos mismos reconociendo que sólo eran manifestaciones de su trastorno.

Una semana de entrenamiento fue suficiente para que los pacientes afirmaran que sentían que la enfermedad había dejado de controlarlos. Pero lo más extraordinario y sorprendente para los científicos fue que las pruebas de imagen cerebral demostraban que sus redes neuronales habían cambiado. La simple educación mental había reducido la actividad en los circuitos cerebrales que causan la enfermedad.

Se han obtenido resultados similares en casos de depresión, pero no hace falta sentirse mal para comenzar a entrenar la mente y modificar nuestras vivencias. De hecho, otro de los principios fascinantes del budismo es que afirma que la realidad exterior es el producto de nuestras proyecciones. De modo que si se modifica el interior, el resto también cambiará.

La influencia del entorno

Hay quienes aseguran que todos deberíamos hacernos preguntas sobre nuestros conflictos internos a la vista de los que se producen en el mundo. Quizá una de las zonas donde los conflictos son más profundos es en Oriente Próximo. Y precisamente en la Universidad Bar Ilan de Israel, bajo la dirección de Phillip Shaver y Mario Mikulincer, se han llevado a cabo varios experimentos con conclusiones particularmente interesantes para esa zona del planeta.

Un grupo de estudiantes israelíes judíos evaluó a otro grupo de estudiantes. Aunque los examinados eran todos judíos, Shaver y Mikulincer manipularon los datos e hicieron creer a los examinadores que algunos de ellos eran árabes.

Como seguramente muchos supondrán, la percepción de los evaluadores fue mucho más negativa cuando pensaban que estaban ante un árabe. Los encontraban impulsivos, vagos, conflictivos… Pero hay esperanza.

Cuando los científicos hicieron a los examinadores que recordaran momentos en los que alguien les daba amor, las calificaciones cambiaban radicalmente. Ya no había diferencia alguna en la percepción de judíos y árabes.

Los experimentos se repitieron empleando distintos tipos de imágenes mentales, por ejemplo, sentirse rodeado de gente que te ama, te apoya y que está dispuesta a ayudarte y los resultados fueron siempre los mismos.

Conclusión conmovedora

La conclusión es conmovedora y esperanzadora. Los recuerdos de amor, de apoyo, activan circuitos mentales relacionados con la sensación de seguridad emocional, de solidez y de autoestima. Entonces el mundo y las personas que nos rodean se ven a través de ese cristal y lo que se percibe es tolerancia, comprensión, apertura y empatía.

Cuando el mundo interior está en paz y armonía, el mundo exterior se contagia de esa paz y armonía. Y aquí es donde volvemos a encontrarnos con el budismo. Una de las formas principales de meditación está orientada a la compasión y su objetivo es entrenar la mente para alcanzar una profunda empatía por todos los seres vivos. Entre las técnicas que los budistas emplean para potenciar la compasión está revivir el amor de la madre.

Continuando con los cuidados maternos, llegamos a la parte más extraordinaria del asunto. Con el “querer” se puede incluso doblegar la genética, burlar el supuesto determinismo del ADN.

Los cambios que incorporamos a nuestro comportamiento a base de cultivar lo mejor de nosotros mismos se transmiten a las generaciones futuras igual que ocurre con el color de los ojos o de la piel. La ciencia lo ha constatado con animales de laboratorio en los que es posible hacer un estudio tan complejo.

Amor maternal recuperado

Los trabajos de Michael Meaney de la McGill Universitiy en Montreal (Canadá) han demostrado que ratas nacidas de madres poco amorosas repetían el comportamiento de sus progenitoras con sus propias crías. Sin embargo, cuando las hijas de las descuidadas madres eran criadas por otras cariñosas y solícitas dejaban de lado la genética y se volvían como sus progenitoras adoptivas.

En la siguiente generación, aquellas que estaban abocadas por sus genes a no ocuparse de sus vástagos dieron un golpe de timón y cambiaron el curso de su descendencia. Si algo así se puede lograr con sólo el instinto animal, imaginemos hasta dónde se puede llegar con la voluntad consciente. Definitivamente “querer es poder”.


Fuente: Tomado Mega tendencias el 25 de abril de 2010 del sitio web http://www.tendencias21.net/Querer-es-poder_a1989.html