Así es, la vida es tiempo y quien nos roba el tiempo
nos roba la vida, y pasa que muchas
veces somos nosotros mismos quienes nos robamos la vida. La
desperdiciamos cuando nos quedamos en una relación, en un trabajo, en un
proyecto que no tiene futuro. De manera tozuda continuamos allí invirtiendo energía,
recursos, vida.
El deseo que nos
habita es un indicador de la frecuencia que vibra en ese espacio relacional,
laboral, proyectivo. Nos permite desdibujar la imagen de la lontananza la
inevitable verdad insoslayable a la cual irremediablemente nos enfrentaremos,
la finitud.
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