martes, noviembre 11, 2008

Lo que sabe la ciencia sobre la hipnosis

Lejos de lo que la tradicional y teatral puesta en escena en la que un reloj oscilante ante los ojos logra anular la voluntad, una sesión de hipnosis clínica se parece más a una agradable forma de relax, y, aunque no lo crean, sin dejar de percibir lo que ocurre alrededor. En penumbra, sin luces estridentes, con una agradable temperatura y en silencio, el paciente se deja llevar por la voz del médico hasta alcanzar en escasos minutos una serena concentración en la que el cerebro resulta más receptivo a las indicaciones terapéuticas y de modificación de conducta.

Con la sugestión inducida se logra, en manos de profesionales bien entrenados, influir en la actividad cerebral de manera muy específica, con la gran ventaja de no tener que usar droga alguna. El principal inconveniente es que, hasta ahora, desconocíamos qué pasa en el cerebro durante la hipnosis, y cuál es su alcance. Así lo afirma el Dr. Amir Raz, del Departamento de Psiquiatría de la Universidad de Columbia, en Nueva York, que es un científico reconocido por sus hallazgos en este campo, y que también resulta ser mago por afición.

La última revisión de estudios sobre hipnosis clínica se publicó en diciembre de 2005 en el Mayo Clinic Proceedings, y su autor, el Dr. James Stewart (sí, se llama como el actor), especialista de la División de Enfermedades Cardiovasculares de la Clínica Mayo en Jacksonville (EEUU) confirma su utilidad para reducir el dolor, bajar de peso, dejar de fumar, reducir la hipersensibilidad alérgica, estabilizar la presión arterial, disminuir las náuseas y vómitos (incluso en pacientes oncológicos sometidos a quimioterapia) y hasta... ¡eliminar verrugas!

Claro que no todos somos susceptibles de ser hipnotizados: sólo el 10-15% de los adultos es altamente hipnotizable (más cuanto mayor sea su capacidad creativa), pero hasta el 80-90% de los niños lo son mediante imágenes, juegos o relatos. Para Raz esta diferencia se debe a que hasta los 12 años no se desarrolla por completo la corteza frontal del cerebro, que es la responsable de “poner freno” a la inducción hipnótica (y a otros muchos arquetipos aprendidos, que tan fácilmente desbloquea el alcohol).

Pero, ¿cuál es el mecanismo íntimo por el que actúa?: parece que la hipnosis altera la actividad del área prefrontal del cerebro, éste procesa entonces la información de manera distinta y permite que la sugestión favorezca el cumplimiento de esos mensajes. Esto se ha podido demostrar recientemente al realizar resonancias magnéticas dinámicas mientras se les decía a los sujetos que verían dib ujos muy coloridos y se les mostraban en blanco y negro: el área responsable de “ver” el color trabajaba muy activamente. Sería como colocar el cerebro en un estado más receptivo, pero sin drogas. La orden final de abrir los ojos permite que el sujeto focalice su atención en lo que realmente ve y se pierde ese estado de catarsis, de falso sueño (sería más bien un sueño hipervigil, valga el sense contrario).

Durante un trance hipnótico la persona actúa literalmente. Si se le pregunta ¿tiene hora?, dirá sí o no, pero no qué hora es. Si se le dice ¡no te olvides de aquello! le pondré en un verdadero aprieto, por lo que es mejor insinuar ¡acuérdate de eso!, y de esa manera se reforzará el condicionamiento positivo porque confiará en recordarlo.

En todo caso, la hipnosis puede ser tan peligrosa si se desconoce su buen uso como la medicina en manos equivocadas, o tan válida y eficaz como un bálsamo que no tuviera efectos secundarios. De hecho, todos hemos pasado alguna vez por una autohipnosis cuando, estando muy concentrados en una tarea, “perdimos la noción del tiempo”.

Fuente: Alejandro Fernández Alonso doctor en cirugía

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