El encuentro con un paciente por lo regular es un viaje
maravilloso, una puerta que se abre hacia una nueva alma, a una manera
diferente de leer la vida. Y por supuesto que ese ser viene cargado de angustia
y dolor, no obstante, la
posibilidad de movilizar su potencial y su desasosiego hacia sus recursos es un
viaje sorprendente que nos permite crecer a los dos. Así que cada encuentro me
llena de ilusión, curiosidad y alegría.
Siendo este un caminar gozoso, algunas veces ha tocado a mi puerta alguna angustia que me excede.
Un momento difícil, muy difícil que aún hoy se me anegan los ojos cuando lo
recuerdo fue caminar al lado de aquella
paciente sueca a la que llamaremos Rosa, fue algo difícil verdaderamente difícil. Rosa era una mujer encantadora, elegante,
distinguida políglota, hablaba ocho idiomas, rondaba los 65 años, había llegado a Colombia hacía más de tres
décadas y su neurólogo dos años atrás le había diagnosticado la temible enfermedad
del olvido: el Alzheimer, fue éste
precisamente su neurólogo quien me la remitió.
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