lunes, junio 02, 2014

La dimensión espiritual en la psicoterapia





Existen diversas maneras de enfocar la psicoterapia o intervención terapéutica, pero la predominancia en la literatura científica de los métodos de la psicología cognitiva-conductual ha provocado que en la mayoría de ocasiones nos centremos en las dimensiones conductuales y de pensamiento de los sujetos. El éxito de la psicología positiva y de términos como la inteligencia emocional ha puesto de relevancia también la dimensión emocional del individuo y la importancia de gestionar bien las emociones para una vida equilibrada y feliz. Pero hay una dimensión, la espiritual, que si bien está presente en muchas más personas de las que podemos suponer o imaginar, queda en general bastante relegada en la psicoterapia. O bien se mete de matute, como si hubiera algo incorrecto en ello.

Pero antes de continuar, cabría preguntarse qué es la psicoterapia:

La psicoterapia (de psicología, ciencia social que estudia los pensamientos, las emociones y el comportamiento humano; y terapia, forma de intervención social que busca la mejora de la salud del paciente, cliente o consultante que la solicita) es el nombre que se utiliza para referirse al proceso terapéutico que se produce entre un psicólogo con una formación en psicología clínica y una persona que acude a consultarlo que se da con el propósito de una mejora en la calidad de vida en este último, a través de un cambio en su conducta, actitudes, pensamientos y/o afectos.

Existen muy diversos marcos teóricos desde donde se puede desarrollar una psicoterapia exitosa, es decir, que lleve a un cambio positivo y duradero en la calidad de vida de quien solicita esta atención. Cada uno de estos marcos teóricos proviene de alguna “escuela” de psicología, que son las grandes escuelas de pensamiento e investigación básica a partir de las cuales se desarrollan una amplia variedad de enfoques terapéuticos basadas en los principios y pilares filosófico/científicos sobre los cuales se apoyan.

Ateniéndonos a esta definición, la dimensión espiritual de la persona cabría perfectamente dentro de una psicoterapia seria y rigurosa. Pero muchas de las escuelas psicoterapéuticas consideran la espiritualidad como una creencia personal que el sujeto elige y que no se discute. Y si bien esto es así, cada cual puede tener la creencia espiritual que quiera (o no tener ninguna), si puede usarse cuando existe como ayuda para impulsar sentimientos de trascendencia personal. Sin que nos tiemble el pulso ni tengamos que cogérnosla con papel de fumar por ello.

George Kandathil y Candida Kandathil [(1977). Autonomy: Open door to spirituality. Transactional Analysis Journal, 27, 24-29, p.28], dijeron al respecto de la espiritualidad en la psicoterapia:


La espiritualidad es el proceso por el cual los seres humanos trascienden de sí mismos. Para aquellos que creen en Dios, la espiritualidad es la experiencia de la relación con Dios. Para un humanista, la espiritualidad es la experiencia de la trascendencia con otra persona. Para algunos puede ser la experimentación de armonía o unidad con el universo o la naturaleza en cualquiera de sus formas. Nos lleva más allá de nosotros mismos a un reino propio en el que “podemos experimentar una unión con algo mucho más grande que nosotros, y en esa unión encontrar nuestra mayor paz” (James, 1902/1958, p.395)… Para personas religiosas, la experiencia espiritual suele tener lugar dentro del contexto de su religión. Para otros tiene lugar en la estructura de sus ideales y aspiraciones. Pero la experiencia en sí es inexplicable e incomunicable en su totalidad, lo que James (1902/1958) describe como “la incomunicabilidad del transporte” (p.311).

Es por tanto una experiencia que puede tener un gran impacto en la persona y como tal no podemos obviarla ni descuidarla en un contexto en que nos proponemos ayudar al otro a que lleve una vida mejor. No es, por supuesto, obligatorio que el paciente/cliente tenga que experimentar su espiritualidad para progresar en la terapia. Pero tampoco puede ser un punto ciego, una zona en la que no se puede entrar. El terapeuta tiene que estar abierto a todas las vías, y del mismo modo que acepta que una buena alimentación o el ejercicio físico mejoran la salud mental de su paciente, tiene que aceptar que la vivencia de la espiritualidad (y diversos estudios lo avalan) también lo hace.

Para ello tendrá que revisar sus propias creencias, su apertura y su aceptación. Las creencias del otro pueden chocar frontalmente con las propias pero del mismo modo que se aceptan otras creencias en áreas como la familia, o la política, hay que hacerlo con respecto a la espiritualidad. Y no sólo hacerlo, sino además permitir que eso también entre en la terapia. Para un creyente puede ser más fácil controlar la ansiedad que le produce el insomnio rezando o recitando unos mantras, que con otras técnicas. Debemos pues tenerlas entre nuestro arsenal terapéutico. Y del mismo modo, las vivencias experimentadas con la meditación, o la biodanza, o el contacto trascendente con la naturaleza, por citar unos ejemplos, pueden ser el punto de referencia o el anclaje de determinadas sensaciones o estados que pueden ser válidos en otros contextos.

Recibamos pues esa dimensión espiritual sin prejuicios. Ofrezcamos un espacio en donde la persona puede abrirse con total libertad y utilicemos de manera sabia esa herramienta para ayudar al crecimiento personal de nuestro cliente. No olvidemos que la espiritualidad es una de las mejores maneras de trascender nuestro ego y una vez sucede esto estamos en una mejor disposición para el cambio y para ser personas más plenas y felices.

Fuente: http://www.mertxepasamontes.com/la-dimension-espiritual-en-la-psicoterapia.html

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