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domingo, marzo 20, 2016

¿Su hijo le ha dibujado con una cabeza enana? Preocúpese




Guía para interpretar las pinturas con que los críos agasajan a sus progenitores en el Día del Padre. A más tamaño, más amor

El día del padre es una de esas ocasiones del año en las que la casa puede acabar convertida en una pinacoteca. Para los pequeños la festividad comienza semanas antes, con la preparación de las obras de arte expresamente creadas para agasajar a su progenitor y en las que manifestarán una serie de mensajes susceptibles de interpretación. Pero –más de uno se formulará esta pregunta en su fuero interno–, ¿queremos llegar tan lejos? ¿Nos conviene realmente comprender esos dibujos?

Con este fin, en psicología trabajan con test proyectivos, pruebas dedicadas al análisis del subconsciente de un individuo en función de su interpretación de los estímulos (dibujos, manchas de tinta...), que dan pistas para entender el carácter introvertido de nuestro hijo, el porqué de sus comportamientos agresivos (si los tiene) o incluso la detección de anomalías en el desarrollo. A la hora de analizar las pinturas que realizan los pequeños, se evalúan distintas cuestiones, dependiendo, por ejemplo, de si el niño ha retratado o no a sus personajes con ojos y boca, o si la casa que ha pintado tiene ventanas y chimenea; o de en qué parte del folio ha centrado su dibujo. 


Dibujo de persona, por un niño de 7 años

Estas pruebas se basan en datos estadísticos que recogen la probabilidad y la frecuencia con la que aparecen elementos típicos en las distintas edades, pero no pueden realizarse sin cierta cautela. Como dijeron en 1962, haciendo con ello historia, los psicólogos e investigadores Sudberg y Tayler: “Las pruebas son herramientas. En las manos de un tonto o de una persona sin escrúpulos se volverán una perversión pseudocientífica”.

En una clínica, estos presentes infantiles pierden toda la inocencia para pasar a ser pruebas rigurosas, "sometiéndolos a unas normas propias para su estandarización", explica Virginia Yera Bergua, psicóloga clínica especialista en psicodiagnóstico y docente de técnicas proyectivas en El Colegio Oficial de Psicólogos. “Los test se aplican en consulta y en presencia del psicólogo. Analizamos el gráfico adentrándonos en el mundo interno del sujeto y descifrando las manifestaciones de su inconsciente”, asevera.

En casa y en el colegio, “el niño dibuja porque le apetece y porque le gusta; además de porque aprende y obtiene placer al controlar su motricidad”, enuncia la experta. A la mayoría de los niños les encanta jugar con los lápices, para ellos es una tarea lúdica, divertida, placentera e incluso relajante. La psicóloga asegura que sus ilustraciones son una forma de expresión mucho más potente que el lenguaje: “Con el dibujo pueden expresar lo que con la palabra no son capaces: su personalidad, su nivel intelectual y cómo se relacionan con los demás”.

Dibujo libre de una niña de 5 años.


Yera Bergua da las pistas para un primer acercamiento a los dibujos que los niños hoy regalan a sus padres:
Son creaciones que expresan y comunican, pero nunca más allá de la edad cronológica y madurez del crío.
Al niño lo que le interesa es que el objeto pintado sea reconocido: un sol de color rosa no es un desafío, sino un reflejo de cómo en el momento de la creación al pequeño artista le parece que es el sol.
En edades tempranas aplican el surrealismo de forma natural. Entre los 4 y los 11 años, dibujan en un único plano y como si fuera un sueño: todo es posible y el tiempo es simultáneo.
No podemos decir que su orientación espacial sea incorrecta. No nos asustemos si el niño ha dibujado la cabeza donde deberían ir los pies, ya que cuando son pequeños no respetan la perspectiva ni la realidad objetiva.
Si no entendemos el dibujo, preguntémosle al autor. Nos interesará saber también quién es quién, qué están haciendo y por qué lo ha dibujado.
Los dibujos reflejan los sentimientos de su hijo y de ahí vienen las diferencias a veces tan acusadas en el tamaño. Las exageraciones representan la importancia que da el crío a determinado rasgo. Algo grande es algo querido, por lo que si su vástago le ha dibujado una cabeza descomunal, sonría. Y tampoco se preocupe si pinta en las barrigas de la familia granos de arroz, como hizo Mateo, de 7 años: solo significa que la paella es su comida favorita.

Dibujo de un árbol de un niño de 7 años.

¿Cuándo hay que preocuparse?

María Luisa Ferrerón, psicóloga infantil y autora de varios libros de educación destinados a padres, encuentra que los dibujos aportan gran información y constituyen una oportunidad para la detección de signos de alarma. En su libro Abrázame, mamá (Planeta, 2007), da las pautas para la interpretación de los grafismos infantiles, y encuentra algunos signos comunes de irregularidades en el ámbito emocional del niño.

Según la autora, un comportamiento es anómalo si, por ejemplo, “pinta tan fuerte que llega a romper la hoja, tacha sus propios dibujos, o solo usa colores como el rojo y el negro”. Puede que exista conflicto con otras personas si "dibuja una familia sin incluirse él mismo, indicando que se siente fuera, o si elimina a alguna de las figuras integrantes. El dibujo de la familia representa la ubicación y el vínculo que tiene con los distintos miembros". Fijándonos en ellos conseguiremos mucha información, según declara la experta: “Si uno no tiene boca podría simbolizar una falta de comunicación con esa persona, al igual que la ausencia de manos hablaría de falta de contacto físico”.



Dibujo de familia de niña de 5 años.

El test de la familia es un clásico en la consulta del psicólogo y se interpreta en conjunto con la prueba HTP, siglas que obedecen a las palabras en inglés House, Tree, Person (casa, árbol y persona), creado por el psicólogo clínico J.N. Buck. En todos ellos importarán el tamaño y la ubicación en el espacio del papel, así como el nivel de detalles expresado, según indica Ferrerón: “Debe alertarnos un tamaño excesivamente pequeño de las figuras porque puede ser indicativo de una baja autoestima, aunque un tamaño excesivo también implicaría una presencia excesiva y que anula todo lo demás”.
Los colores y los detalles en la obra infantil

“El dibujo es el intermediario entre la imagen mental y el juego. Y el que hace un niño variará mucho según su estado anímico, por lo que podrá ser un dibujo con muchos detalles, flores, corazones y mensajes de amor, pero también, otro día, carecer de colores y prolijidad, una muestra de su desmotivación”, cuenta la grafoterapeuta Claudia Díaz Vittar. La especialista advierte de que “estos elementos se deben analizar en conjunto: no significa que la interpretación sea siempre igual”. Lo mismo sucede con los colores, que se interpretarán según el contexto, aclara Yera: “No hay normas preestablecidas: un precioso corazón rojo entre dos personas de la mano, puede significar amor y cariño. El uso de este mismo color, junto con el negro, en otro contexto, podría simbolizar lo contrario”.
http://elpais.com/

lunes, diciembre 21, 2015

LOS TRAUMAS INFANTILES CAMBIAN EL CEREBRO Y PREDISPONEN A LA VIOLENCIA


Un equipo de investigadores de la Escuela Politécnica Federal de Lausana (EPFL), dirigido por la profesora Carmen Sandi, miembro de los Centros Nacionales SYNAPSY, ha demostrado por primera vez una correlación entre el trauma psicológico y cambios concretos en el cerebro, a su vez vinculados con el comportamiento agresivo.

En ratas, la experiencia de un trauma pre-adolescente produce un comportamiento agresivo acompañado por cambios estructurales y funcionales del cerebro, los mismos observados en seres humanos violentos. En otras palabras, las heridas psicológicas sufridas en la infancia dejan una huella biológica duradera, que persiste en el cerebro adulto. Los resultados de esta investigación han aparecido publicados en el número de enero de la revista Translational Psychiatry. “Esta investigación demuestra que las personas expuestas a un trauma en la niñez no sólo sufren psicológicamente, sino que además padecen alteraciones cerebrales”.

“Esto añade una dimensión adicional a las consecuencias del abuso, y obviamente tiene implicaciones científicas, terapéuticas y sociales” Añade la investigadora en un comunicado de la EPFL. Los investigadores consiguieron desentrañar las bases biológicas de la violencia estudiando a un grupo de ratas macho, que fueron expuestas a situaciones psicológicamente estresantes durante su juventud. Después de observar que estas experiencias llevaron a las ratas a un comportamiento agresivo en la edad adulta, los científicos examinaron lo que ocurría en el cerebro de estos animales, con el fin de determinar si el período traumático había dejado o no una huella duradera.

“En una situación social difícil, la corteza orbitofrontal de un individuo sano se activa, con el fin de inhibir los impulsos agresivos y de mantener una interacción normal”, explica Sandi.
“Pero en las ratas que estudiamos, nos dimos cuenta de que había muy poca activación de la corteza orbitofrontal. Esto, a su vez, redujo su capacidad para moderar sus impulsos negativos. Además, esta reducción de la activación vino acompañada por la sobreactivación de la amígdala, una región del cerebro que está implicada en las reacciones emocionales”.

“Otros investigadores especializados en el estudio del cerebro de los humanos violentos ya habían observado el mismo déficit en la activación orbitofrontal, así como la misma y simultánea inhibición reducida de los impulsos agresivos. Es asombroso; no esperábamos encontrar estos niveles de similitud”, afirma Sandi.
Los antidepresivos y la plasticidad cerebral

Los científicos también midieron los cambios en la expresión de ciertos genes en el cerebro. Se centraron en los genes que se sabe están involucrados en comportamientos agresivos, para los que existen polimorfismos (variantes genéticas) que predisponen a sus portadores a una actitud agresiva. Se analizó si el estrés psicológico experimentado por las ratas causaba una modificación en la expresión de estos genes.

“Hemos descubierto que el nivel de expresión del gen MAOA aumentó en la corteza prefrontal”, explica la investigadora. Esta alteración fue vinculada a un cambio epigenético; en otras palabras, la experiencia traumática terminó provocando una modificación a largo plazo de la expresión de este gen.

Finalmente, los investigadores trataron de ver si un inhibidor del gen MAOA, en este caso un antidepresivo, podía revertir el aumento en el comportamiento agresivo de las ratas, inducido por el estrés juvenil. El tratamiento fue eficaz. El equipo concentrará ahora sus esfuerzos en tratar de entender mejor estos mecanismos, en explorar si existe un tratamiento que pudiera revertir estos cambios en el cerebro y, sobre todo, en tratar de arrojar luz sobre el efecto de la composición genética en la vulnerabilidad hacia el desarrollo de la agresividad.

Por otra parte, “esta investigación también podría revelar la capacidad de los antidepresivos de renovar la plasticidad cerebral”, concluye Sandi.


Fuente: Translational Psychiatry - Peripuberty stress leads to abnormal aggression, altered amygdala and orbitofrontal reactivity and increased prefrontal MAOA gene expression.