La navidad me remonta a mi infancia, olor a musgo, natilla,
novenas con toda la familia, villancicos. La nochebuena se vestía de
fiesta, los mayores escondían el Niño Jesús con algún dinerillo en los lugares
más insólitos. Un día en la finca de mi tía Laura, mi tía Rosita lo escondió, todos salimos en
tropel, literalmente a desbaratar la casa… nada… no escuchábamos las anheladas palabras que daban pistas sobre
el hallazgo, Rosita sólo decía fríos, fríos, fríos, de pronto: tibios, tibios,
tibios, al fin llegamos a la porqueriza
y allí al lomo de un chanchito estaba el Niño de Belén.
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