miércoles, marzo 08, 2017

Dile que estamos esperando que se vaya







Miguel tiene 20 años, es un chico delgado, introspectivo y sonriente, llega a mi consultorio acompañado de su padre y de su madrastra, ella lo trata con tanto afecto e interés que pensé que era la madre.

Siempre que los padres me traen un hijo, sin importar la edad,  me explican los síntomas y las razones por las cuales están en la consulta, quieren que no se escape nada. Ignoran que para un terapeuta lo importante es el sentir del paciente, de qué manera él o ella ha leído cada evento, cada experiencia,  pues todos asistimos al  espectáculo de la vida a nuestra manera.


Respetuosamente les pedí a los acompañantes que me dejaran a solas con el chico. El espacio de terapia es un espacio sagrado donde mi paciente se  permite ser, expresar todo lo que le viene en gana, sin barreras, sin miedo, sin restricciones, nada de lo que se diga allí es vetado, censurado, considerado bueno o malo, por nada será juzgado, es un espacio para expresarse libremente. Cuánto agradecen los chicos este gesto, aunque tengan buenas relaciones con sus padres. Hay cosas que son de ellos, pecadillos que no quieren que sus padres se enteren o que quizá,  ellos conocen pero que se avergüenzan de recordarlos frente a ellos. 

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