sábado, agosto 20, 2016

¡Paciencia y mucho amor!


Las mujeres viven con la ilusión de encontrar el príncipe azul, ese que se baja del caballo, te da un beso, trae un carruaje, la lleva a su castillo y allí viven eternamente felices comiendo perdices. He corroborado la teoría con muchas de mis pacientes, quienes terminan una relación porque el hombre con el que están no cumple con sus expectativas y no están dispuestas a luchar, a dar la batalla para crecer juntos. Alguna vez lo dije el traje perfecto para casarnos es de overol y morral pues en la relación de pareja nos espera mucho trabajo y en el camino vamos soltando las piedras que impiden el crecimiento de la relación.

A veces te sorprendes con mujeres que quieren crecer y saben recorrer el camino de la paciencia y el amor, que ponen el ojo en las fortalezas y a partir de allí construyen relación, pareja, familia. Ella se llama Samanta y cumple fielmente lo dicho por un curso de milagros “La paciencia infinita obtiene resultados inmediatos”. Te das cuenta de que es una gran paradoja y ya lo verán con la historia de Samanta. Samanta tenía 22 años trabajaba en el Círculo de Lectores, Harry en una de las proveedoras de libros, él tenía 26. La invitó a salir y ella estuvo recelosa, que tal que fuera un patán engreído, sus amigas morían por ese negro divino que olía a Oscar de la renta o Cartier.

Salieron la primera vez y Harry la siguió llamando, dos años después se concretó la unión. Y como en toda historia de amor al principio de los días todo fue miel sobre hojuelas, luego aparecieron las sombras. Harry empezó a llegar borracho una, dos, tres, cuatro noches por semana.

Samanta recuerda: llegaba con sus tragos y empezaba con la misma cantinela emborrachadora “ustedes no saben lo que yo los amo — ya tenían un hijo­ — y usted Samanta que no me da comida, me deja morir de hambre”.

Samanta cuenta que Harry era capaz de comer dos, tres y hasta cuatro platos de comida. Samanta le servía y finalmente lo metía en la cama apagaba las luces y no se movía: “este hombre se va a engordar de comer tanto de noche” pensaba Samanta.

Al día siguiente Samanta veía que Harry se levantaba con pena, entonces ella sin aspaviento alguno, sin levantar la voz le decía: Harry usted que es un hombre tan inteligente, responsable, amoroso, dedicado a su familia, buen trabajador, buen hijo, ¿va a seguir bebiendo así?

Samanta tienes toda la razón, mis amigos son los que me hacen beber. Samanta con su tono pausado y sereno le decía: Harry esos amigos tuyos también están enfermitos, pero cuénteme algo, ¿ellos lo amarran, lo amenazan, le abren la boca y le vacían la botella adentro? Harry se quedaba mudo.

Al día siguiente si no tenía que ir a trabajar Harry llamaba: Samanta por favor regáleme una pastilla me estoy muriendo. Mmm difícil, si quiere una pastillita la puede buscar en el botiquín, yo me voy. ¿Cómo así, se va y me va a dejar solo? Sí, yo me voy a hacer lo que me gusta, a piscina, al partido de futbol, a cine con mis hermanas, yo tengo programa… Por la noche cuando Samanta llegaba con su hijo Harry le tenía la casa reluciente, la cocina brillando y la comida hecha. ¡Es que Harry no tenía si no ese pecadito! Así pasaron diez y nueve años.

Un día a samanta se le ocurrió implementar una estrategia, que repitió unas cuantas veces y con ello darle un empujón a la recuperación de Harry. Como muchas de las noches Harry llegó pasado de tragos, otra vez volvió con la cantinela de todo lo que amaba a su familia y de que ella no le daba comida. Entonces samanta en complicidad con su hijo empezó a regar las cosas de Harry, un zapato en el balcón, el otro lejos, el pantalón esparramado en el suelo, una media, allí la otra allá, dos taburetes volcados...

Al día siguiente ella se quedaba en la cama y sentía como Harry iba ordenándolo todo. Cuando se levantaba Harry le preguntaba: ¿Samanta todo eso lo hice yo? Pues a eso has llegado Harry, y volvía y le repetía todas las fortalezas que Harry tenia y agregaba tú verás en qué momento decides cambiar.

Harry prometía, esta es la última vez. Un día después de oír repetir la misma promesa a su padre, su hijo en tono certero le dijo: papá no nos prometas más tu cambio, los hechos son los que hablan. Efectivamente esa fue la última borrachera de Harry.

Hoy Harry, Samanta y su hijo, quien pronto se graduará de doctor en física pura, comparten una unión mediada por la comprensión, el dialogo y el entendimiento que da cuenta de un milagro de amor y paciencia.


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