miércoles, febrero 10, 2016

La persistencia que aprendí de mi madre


Aprendí de mi madre la persistencia, algunos dirán que es cabeza dura, yo, que cree en los milagros, la he visto materializarlos, cuando una idea se le mete en la cabeza no concibe una diferente. Aquí dos perlas.

Mi hermano Manuelito se perfilaba, sin ningún test de coeficiente intelectual, como el niño genio, tenía una habilidad extraordinaria para desbaratar cosas y averiguar su funcionamiento a riesgo de recibir una paliza, porque en el aprendizaje muchas cosas quedaban inservibles. Todo el que conocía a Manuelito decía a mis padres, él tiene que entrar al Pascual Bravo para que explote esas habilidades.

Cuando Manuelito terminó la escuela mi madre se presentó en el Pascual Bravo para pedir el cupo, madrugó mucho, pero no sabía que había gente haciendo fila desde las tres de la mañana. A las 2 de la tarde cerraron las puertas del colegio, el rector dio la orden:

— “Manda a decir el rector que se retiren, ya no hay más puestos”. Dijo el portero.

— Cómo, replicó mi madre, mi hijo tiene que entrar aquí.

—Señora, el rector ya dio la orden de cerrar las puertas, retírese por favor.

—Quiero hablar con el rector.

—Señora, está muy ocupado.

—Pues aquí lo espero.

—Lo va a tener que esperar ahí afuera porque tengo orden de no dejar entrara a nadie más.

Mi madre se apostó en la puerta del colegio, sin afán alguno, pidió las señas del rector y cuando éste se retiraba del colegio lo abordó:

—Rector lo estoy esperando desde las 2 de la tarde, me le va abrir un cupo a mi hijo

—Señora, ya le informaron, no tenemos más puestos. Vuelva el próximo año.

— ¡El año próximo! No, mi hijo termina su primaria y tiene que empezar a estudiar ya.

—Señora no podemos crear más puestos. Tenga usted una buena noche.

—Rector, mañana vuelvo.

Y efectivamente, al día siguiente mi madre se levantó muy temprano, fue al colegio, de nuevo buscó al rector y éste volvió a darle la misma respuesta. “No tenemos más puestos”. Mi madre, le respondió, mañana vuelvo rector. Y así lo hizo por varios días.

Llegaba a la casa y nos contaba que aún no había conseguido el puesto para Manuelito, al tiempo que afirmaba “la constancia vence lo que la dicha no alcanza”.

Y un día admirado, agotado o fastidiado ante la insistencia de mi madre el rector finalmente le dijo, señora, venga mañana a matricular a su hijo.

Con los años su persistencia no ha menguado. Recientemente quería regalarle un libro a mi hermano Juan Carlos, me pidió sugerencias, le dije que él estaba entusiasmado leyendo a Wayne Dyer, ella quería tomar parte en la decisión del título así que hice una búsqueda en la web y le leí apartes de varios libros quedó fascinada con “Tu Yo sagrado", esta precioso, consíguele ese.

Contacté las librerías de la ciudad y ninguna contaba con existencias, el libro estaba descontinuado, entonces llame a mi madre para decirle que cambiara de decisión, ya imaginarás lo que dijo: No, yo quiero ese. Llamé a mi hermano Ricardo en Bogotá para que lo buscara en las extensas librerías de allí, nada, el libro estaba literalmente agotado. Estaba disponible en pdf, mi madre dijo no, lo quiero impreso. 


Lo busqué en las reventas y encontré uno en Francia y otro en Argentina, mi madre se entusiasmó. Mami pero el libro llegará en ocho días. No, lo quiero para hoy hijita, hoy es su cumpleaños, mami es imposible, mi amor, sigue buscando que el libro está por ahí. Indagué por las librerías de reventa de la ciudad, en un lado, en el otro, me arrepentí de haberle sugerido tal titulo. De pronto en una pequeña librería de reventa en el centro de la ciudad encontré el precioso tesoro, limpio sin macula alguna, en perfecto estado para hacer un precioso regalo. Pensé esto realmente es un milagro, fruto de la constancia.

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