miércoles, enero 21, 2015

¡Cuando perdonas, ganas tú!


“Aferrarse a la ira es como agarrar un carbón caliente con la intención de tirarlo a otra persona, usted es el único que se quema” Buda

Cuando Matilde,  una mujer afrodescendiente llega a mi consulta, tiene  23 años, sus ojos negros, profundos miran a la nada esperando encontrarlo todo.

El motivo de consulta que presenta es la dificultad para establecer relaciones con sus pares y con una pareja. Tiene incertidumbre en diversas áreas de su vida: académica, familiar, social. Tiene miedo de enfrentarse al mundo.

Inicio el proceso y la llevo al origen de sus traumas y complejos, entonces Matilde relata: “tengo 7 años, estoy con papá en el rio, sacamos oro, estoy meciendo la batea. Papá dice deja eso. Me toma de la mano y empezamos a caminar rio arriba. Ya muy arriba papá me mete en un costal, lo amarra y me tira al rio. Siento terror. Grito con todas mis fuerzas, trato de soltarme… no puedo… el costal no es muy tupido, el rio me sigue arrastrando, sigo bajando con fuerza, tengo terror, sigo bajando, sigo bajando, de pronto me atranco en una piedra grande, con mis manos empiezo a tratar de abrir el costal, después de mucho luchar, me suelto, reviento la cuerda con que mi padre ató el costal y salgo. Me quedo toda la noche debajo de un árbol, tratando de entender lo que no puedo entender.

¿Cuál es la relación que tienes con el perdón? ¿De qué manera tus padres o las personas mayores de tu infancia gestionaban la ira, el resentimiento, una ofensa? La forma como te relacionas con el perdón tiene que ver con la identificación o reacción a estos modelos de comportamiento.

La prueba más difícil que vinimos a sortear en esta vida es la de las relaciones. Así que indiscutiblemente hemos tenido que perdonar y hemos tenido que pedir perdón.

Siento que hay una relación directa entre dar y recibir. Si te resulta fácil perdonar de la misma forma encuentras fácil pedir perdón y a la inversa.

¿Esperas a que te pidan perdón? Es posible que ese día nunca llegue

Cuando no perdonas te enfermas. Existen estudios que evidencian que la rabia que genera el resentimiento y el rencor libera oxitocina, vasopresina y la hormona liberadora de corticotropina que se liberan rápidamente desde el hipotálamo y causan depresión, ansiedad, hipertensión y problemas cardiacos.

El perdón es un bálsamo sanador, que te permite avanzar de forma fluida por la vida. Cuando perdonas, sueltas las cadenas que te mantienen prisionero en la cárcel del resentimiento y el dolor.

Muchas veces, más de las veces no necesitas ir donde esa persona que te hirió para otorgar el perdón, simplemente en tu corazón liberas la ofensa, lo sueltas y cosas extraordinarias suceden.

Perdonar no quiere decir aprobar o estar de acuerdo con el otro, es ir más allá para entender que toda la energía que estamos poniendo en ese resentimiento nos daña a nosotros mismos, sólo a nosotros mismos ¿a quién más?, es posible que el otro vaya tranquilo por la vida sin ni siquiera hacernos en el mundo.

Escuchamos decir “perdono, pero no olvido”, y en esta afirmación se observa un anclaje, la persona está sujeta aún a la experiencia dolorosa. Lo veo en terapia, cuando perdonas de forma real vives el momento de dolor de una manera nueva.

Perdonar no quiere decir renunciar a nuestras emociones, rotundamente NO, es válido sentir ira, impaciencia, furia. Cuando sientas que estas emociones llegan, dales la bienvenida, permítete expresarlas, observarlas y busca darles salida, no las reprimas: escribe, baila, canta, grita, pega, desahógate con alguien.

Matilde en su proceso logra resignificar la experiencia y perdonar a su padre entiende que este la había lanzado al rio porque eran demasiados hijos y Vivian bajo condiciones de extrema carencia. Hoy trabaja en una clínica como enfermera profesional y dice que “camino livianita y estoy reconciliada con la vida”



Así pues, cuando perdonamos, realmente nos estamos dando un regalo de salud, bienestar y bienaventuranza a nosotros, pruébalo.

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