jueves, octubre 17, 2013



El viejo Haakon cuidaba cierta Ermita.
En ella se veneraba un crucifijo de mucha devoción.
Este crucifijo recibía el nombre, bien significativo de
"Cristo de los Favores". Todos acudían allí para
pedirle al Santo Cristo.
Un día el ermitaño Haakon quiso pedirle un
favor. Lo impulsaba un sentimiento generoso. Se
arrodilló ante la imagen y le dijo, "Señor,
quiero padecer por ti. Dejame ocupar tu puesto.
Quiero reemplazarte en La Cruz." Y se quedó fijo
con la mirada puesta en la Sagrada Efigie,
como esperando la respuesta. El Crucificado
abrió sus labios y habló. Sus palabras cayeron de
lo alto, susurrantes y amonestadoras: "Siervo mío,
accedo a tu deseo, pero ha de ser con una
condición." Cuál, Señor??, -
preguntó con acento suplicante Haakon. Es una
condición difícil.

Estoy dispuesto a cumplirla con tu ayuda, Señor,
-respondió el viejo ermitaño. Escucha : suceda lo
que suceda y veas lo que veas, has de guardar
siempre silencio.Haakon contestó: Os, lo prometo,
Señor Y se efectuó el cambio. Nadie advirtió el
trueque.
Nadie reconoció al ermitaño, colgado de cuatro
clavos en la Cruz. El Señor ocupaba el puesto de
Haakon. Y éste por largo tiempo cumplió el
compromiso. A nadie dijo nada. Los devotos
seguían desfilando pidiendo favores. Pero un día,
llegó un rico, después de haber orado, dejó allí
olvidada su cartera. Haakon lo vió y calló.
Tampoco dijo nada cuando un pobre, que vino dos
horas después, se apropió de la cartera del
rico. Ni tampoco dijo nada cuando un muchacho se
postró ante él poco después para pedirle su gracia
antes de emprender un largo viaje. Pero en
ese momento volvió a entrar el rico en busca de
la bolsa. Al no hallarla, pensó que el muchacho se
a había apropiado. El rico se volvió al joven y
le dijo iracundo: Dame la bolsa que me has robado!.
El joven sorprendido, replicó No he robado ninguna
bolsa. No mientas, devuélmela enseguida!.
Le repito que no he cogido ninguna bolsa, afirmó
el muchacho.El rico arremetió , furioso contra él. Sonó
entonces una voz fuerte: "Detente! El rico miró
hacia arriba y vió que la imagen le hablaba.
Haakon, que no pudo permanecer en silencio,
grito, defendió al joven, increpó al rico por la falsa
acusación. Este quedó anonadado, y salió de la
Ermita. El joven salió también porque tenía prisa
para emprender su viaje. Cuando la Ermita quedó
a solas, Cristo se dirigió a su siervo y le dijo: Baja de la Cruz. No
sirves para ocupar mi puesto. No has
sabido guardar silencio. Señor, dijo Haakon, "Cómo
iba a permitir esa injusticia?.
Se cambiaron los oficios. Jesús ocupó la Cruz
de nuevo y el ermitaño que quedó ante el Crucifijo.
El Señor, clavado, siguió hablando. Tú no sabías
que al rico le convenía perder la bolsa, pues
llevaba en ella el precio de
la virginidad de una joven mujer. El pobre, por
el contrario, tenía necesidad de ese dinero e hizo
bien en llevárselo; en cuanto al muchacho
que iba a ser golpeado, sus heridas le hubiesen
impedido realizar el viaje que para él resultaría fatal.
Ahora, hace unos minutos acaba de zozobrar el
barco y él ha perdido la vida. Tú no sabías nada.
Yo sí sé. Por eso callo. Y la sagrada imagen del
crucificado guardó silencio.

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