Viaje al interior de uno mismo
La hermana Alejandra Elbaba devela los misterios que encierra el Libro Rojo de Carl Gustav Jung.
Cuando Carl Gustav Jung (1875- 1961) , discípulo de Freud - el padre del Psicoanálisis- se separó de su maestro, comenzó a trabajar fuertemente con su inconsciente y en ese diálogo los mandalas le aparecieron como un camino para llegar al inconsciente. Investigó profundamente sobre esta antigua expresión de la tradición hindú y budista hasta llegar a algunas conclusiones: que un mandala es una producción del inconsciente, así como también una forma de viajar al interior de uno mismo y de encontrarse con la representación de nuestra propia alma.
La religiosa Alejandra Elbaba de la congregación Hermanas Dominicas del Santísimo Nombre de Jesús, enseña sobre el significado de los mandalas en "El libro Rojo de Jung", en un curso que dicta todos los martes de junio la fundación Elmina Paz Gallo. Ese fue el tema de su tesina en el máster sobre "Estudios comparados de literatura, artes y pensamiento", que realizó en la Universidad de Pompeu Fabra de Barcelona, España.
Originarios de la India, "los mandalas ayudan a encontrar el centro de uno mismo, el eje, un orden, un equilibrio y, en última instancia, la totalidad. Tiene en quien lo dibuja y lo pinta un efecto bienechor, tranquilizador", explica la religiosa y también psicóloga. "En el budismo, recrean la representación del mundo ideal según Buda. Si bien es una tradición ancestral, aún hoy los monjes hindúes, así como los budistas, continúan realizando estas figuras como ejercicio espiritual. Tanto el mandala budista como el hindú tienen el mismo estímulo espiritual: trazar un camino desde el tiempo a la eternidad, llevar a cabo la liberación, captar ese instante que, una vez vivido, rescata lo verdadero que hay en nosotros", expresa la religiosa.
Jung pintó una serie de dieciocho mandalas en un libro que se publicó casi 100 años después de que fue escrito porque nadie sabía cuál era la voluntad de su autor. "Su obra fue el culmen, el motivo y la explicación de toda su obra posterior: sus visiones entre los años 1913 y 1917, autoanalizadas, elaboradas y plasmadas en imágenes textuales y plásticas", cuenta la religiosa.
Ella misma confiesa que dibuja y pinta mandalas como un medio para serenar el cuerpo y la mente. Los hindúes los usan para meditar. Los colores no son elegidos al azar, sino como dictado del inconsciente. "No tienen carácter estético, salen del corazón. Según Jung, nacen del interior y llevan al interior.
"Es un psicocosmos porque repite en un dibujo el diagrama de una ciudad como puede ser Machu Picchu que replica el orden del Universo. Por eso cuando uno llega allí se siente tan a gusto, como en armonía con el cosmos. Como el mandala, nuestro cuerpo tiene su centro y sus cuatro puertas que dan a los cuatro puntos cardinales. Por eso tiene como efecto centrar el propio eje. En lo personal, creo que además ayuda a sentirse en comunión con los demás y con el cosmos", afirma.
En un monasterio benedictino de Perú, cerca de Puno, hay un jardín con un gran mandala laberíntico en el piso. Quienes van a hacer un retiro espiritual allí caminan por el circular hasta llegar al centro, que es la meta del recorrido.
La hermana Elbaba recomienda que, al dibujar un mandala, se suspenda todo juicio (para poder encontrarse con el centro de uno). Y nunca juzgar el que hace otra persona porque esta producción - según Jung - expresa una imagen de Dios en el alma.
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