domingo, enero 27, 2013

Desarrollo de la personalidad (ello, yo y superyó)


La estructuración de la mente se observa a través de  sus sistemas: consciente, inconsciente y subconsciente.

Partiendo de esta configuración, Sigmund Freud concibió una nueva organización de los estratos psicológicos del hombre. Así apareció su tesis sobre el Ello, el Yo y el Superyó, también conocida como teoría tripartita, que constituye la base del tratamiento psicoanalítico.

Según dicha teoría, el psiquismo humano está dividido en tres regiones diferentes, pero estrechamente interrelacionadas: Ello, Yo y Superyó. Veámoslas por separado:

El Ello. Es la zona de la mente donde residen los procesos psicológicos más primarios, donde se sitúan los impulsos instintivos. Es, como si dijéramos, la parte más animal, más irracional del hombre.

El Ello es heredado y ya está constituido en el niño cuando nace, determinando todos sus instintos y deseos más rudimentarios.

Actúa según el llamado principio del placer; es decir, está motivado por todo lo que puede producir un estado de agrado. Funciona sin tener en cuenta la realidad y buscando la propia satisfacción.

El Yo. Está situado en un estrato superior al Ello y aporta una organización a sus instintos. Funciona según el principio del dolor o malestar.

Su comportamiento es más realista que el del Ello, pues ya toma conciencia de los estímulos negativos del exterior y condiciona la conducta para evitarlos. Incluye lógica y coherencia en el comportamiento.

En cierto modo controla al Ello y a sus impulsos instintivos, decidiendo si es o no el momento oportuno de satisfacerlos, dadas las condiciones del exterior. Sobre todo, tiene en cuenta los peligros y las posibilidades de evitarlos. Su tarea es la autoconservación, y utiliza todos los mecanismos psicológicos de defensa que sean precisos para lograr su objetivo.

El Superyó. Es el estrato superior. Enriquece la actividad organizativa del Yo mediante la racionalización crítica de la misma. Actúa siguiendo un principio ético, interiorizando en la persona el concepto de lo prohibido.

El exterior ya no es sólo placentero (como concibe el Ello) o doloroso (como añade el Yo), sino que también puede ser moralmente bueno o malo y, por tal motivo, censurable. Es responsable de los sentimientos de culpa y de los «remordimientos» de conciencia, ya que integra a la persona en el medio ambiente, comprobando la influencia que aquélla puede ejercer en éste, en sentido negativo y reprobable.

Estas tres zonas de la mente coexisten, como ya dijimos al principio, en estrecha relación y con fuertes influjos entre ellas. Esto genera un sinfín de conflictos, causantes muchas veces de trastornos psicológicos, más o menos graves, según el caso. En la persona totalmente equilibrada, Ello, Yo y Superyó funcionan como un todo en perfecta armonía. Naturalmente, esto es muy difícil de lograr y, sobre todo, de mantener, cuando se consigue, puesto que continuamente nos vemos enfrentados a problemas, riesgos, decisiones, que hacen que este equilibrio se tambalee.

Haciendo un símil, tal vez un tanto burdo, podríamos comparar la relación Ello-Yo-Superyó a la existente entre el caballo, el jinete y el entrenador en una competición hípica: el jinete —el Yo— controla que el caballo —el Ello— no se desboque y, al tiempo, sigue los consejos de su entrenador —el Superyó— para hacerlo bien. El acuerdo de los tres culmina con el éxito.

El desarrollo de la personalidad está directamente conectado con el proceso de estructuración de estos tres elementos. Cuando el niño nace sólo posee un Ello, se mueve por impulsos instintivos y únicamente le atrae el placer: el calor, el alimento que le proporciona su madre... En lo sucesivo, va tomando conciencia de su cuerpo y se empieza a forjar el Yo (Yo corporal). Se va dando cuenta de los peligros y daños que puede recibir del exterior y comienza a elaborar la idea de «sufrimiento». Empieza a tomar contacto con la realidad, instaurando sus primeros mecanismos de defensa.

Por último, ya en el paso de adolescente a adulto, con las experiencias de la vida, va puliendo su personalidad integrando en ésta los principios de ética y moralidad, principios impuestos, en un primer momento, por sus padres y educadores, pero que, con la madurez, surgen del interior, siguiendo un criterio propio de lo que es la justicia. Se establece así el Superyó en su lugar correspondiente, culminando el proceso de madurez de la personalidad.

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