Por: Luz Marina Hoyos Duque
A la psicología es bueno mezclarle la poesía. El siguiente texto extrapola ambas orillas, espero que lo disfrutes.
Ni siquiera Houdini, el ilusionista, que se zafaba con asombrosa habilidad de cuerdas y baúles cerrados, lanzados al agua, había podido volársele a la parca con su código de diez palabras, para contarle a su mujer como alistar maletas.
Cuando no parecía probable que se tuvieran noticias del más allá, pues nadie se había devuelto a contar, apareció en las librerías Bryan Weiss, un gringo que no desconoce las leyes del marketing y le sacó jugo a una verdad vieja.
El psicólogo americano, con Muchas Vidas Muchos Sabios, apareció como una estrella exótica en el firmamento empelotando a sus pacientes. Contó entonces que en trance hipnótico, se le volaban para otras épocas. Y todo el mundo quedó turulato con la historia.
Cuento viejo y caro
Weiss, exhibe en su libro las ocurrencias de sus pacientes con desperfectos psicológicos. Fotografía en terapia otros siglos, otras costumbres, nuevos idiomas, odios podridos, pánicos de vida, motores dañados y lo mejor, con final de película gringa: los empelotados salían perfectamente reparados.
Nunca contó Weiss que no fue el primero, que antes había estado Allan Kardec en: El Cielo y el Infierno, La Génesis, El Evangelio según el Espiritismo y que allí había revelado todos los secretos de las visitas al más allá. Que Kardec fue reconocido miembro de la Academia de Ciencias Francesa; que sus libros salieron después de haber ayudado a muchos con ese conocimiento del viaje del espíritu por varios mundos. Que Kardec no puede pasar desapercibido, porque en Francia lo recuerdan a diario, cuando llevan a los turistas del cementerio del padre La Chaise a saludarlo junto a Balzac, Moliere, Edith Piaf y Delacroix.
Después de la aparición de Weiss, su diván se congestionó por figurines de todo el mundo, el psicólogo resolvió el ahogo cortando por lo sano: “Visitas al más allá por US$550.00 dólares”
No creo en mesas sonámbulas
La primera vez que Kardec tuvo noticias de los sucesos paranormales que se presentaban en las sesiones de espiritismo y regresión, su mente científica se negó a dar crédito a las historias y relatos. Sólo cuando asistió a ellas, la incredulidad que le susurraba al oído y le dejaba ver, se metió en las verificaciones, se abrió a las experiencias e hizo parte de los grupos de estudio y ayuda.
Kardec charló con los espíritus superiores y se adelantó a Juan Pablo II cuando dijo: “El cielo y el infierno no existen, son estados del alma” Y a los que pensaron que se podían parrandear las leyes universales, los dejó intranquilos con la sentencia: “fuera de la caridad no hay salvación”
Los paisas también pueden
Visitar el más allá, no requiere de visa y no es prerrogativa única de gringos y franceses. En Medellín los pacientes se acomodan fácilmente en el diván, sin comprar tiquete, pues es posible encontrar sanadores y bienhechores, en sitios atomizados por toda la ciudad. La única condición es que sí amerite reversar el carrete de sus vidas.
Es posible seguir la pista de algunos de los sanadores, en un fino salón de Fiestas de El Poblado, debajo de la colección de libros de Envigado, El salto del ángel en Bello, una casa vieja o nueva en Belén, Laureles, La clínica del Perdón en la 80 y la morada de muchos que quieren ayudar.
Al principio
La historia en Medellín empezó hace cerca de ocho años en torno al primero: Luis Carlos Barboto. Hombres y mujeres de disciplinas diversas se reunían para experimentar con la hipnosis. Las primeras sesiones se produjeron sin norte claro, los aguijoneaba la curiosidad y el espectáculo.
Aprendieron, se rieron y supieron incluso del porvenir, que luego entendieron que no era sano averiguar. Muchos asistentes aplicados aprendieron la técnica y así, desarmaron el átomo.
Vamos allá
Aurelio Mejía, un ingeniero racionalista, lidera los grupos de Envigado, Laureles y Bello. Son jornadas de día entero que muchas veces se prolongan hasta la media noche, a donde asisten costalados de penas para que las ayuden a salir.
Para entender lo que sucede, las sesiones enseñan el porqué, el cómo, el cuándo y el dónde. Se explica el pensamiento de los más avezados, tales como Allan Kardec y Amalia Domingo Soller, una científica, alumna de aquél. Todo el tiempo se deja hablar las preguntas. Luego, vienen las curaciones sin bisturí.
Los pacientes se dan la paliza de poner en la ventana sus penurias, con tal de que el Ingeniero Mejía los sane. No es fácil, pues pueden coincidir en el diván una docena de costales.
El día se vuelve ñato para atenderlos a todos. Escuchar el malestar, devolverse al vientre materno o pasearse por la puerta del tiempo, y sanar, requiere de aproximadamente tres horas; a veces más.
Gratis hasta un machetazo
Algunos de los asistentes son curiosos, que van a las curaciones con el propósito de averiguar sus vanidades: si fueron reyes, gitanos, putas reformadas o personajes de abolengo. Nunca nadie acude intuyendo que fue pordiosero o mendicante. Incluso, es posible encontrar el que dice que no se siente de esta galaxia. Los sanadores los devuelven con un argumento devastador:
—En la Clínica Cardiovascular están haciendo cirugías de corazón abierto y gratis, ¿le provoca una?
La recomendación es no devolver los archivos por mera curiosidad, pues sería lo mismo que revolcar el pantano de un lago virgen.
La respuesta a la gratuidad de la práctica, se recuesta en el principio: “Dad de gracia lo que de gracia recibisteis”
Un costal lleno y la clave en la última página
Entre muchas otras respuestas, la terapia regresiva resuelve interrogantes sobre conductas, fobias e intolerancias. Antes de abrir la espita el paciente le muestra al aliviador su carga:
—Tengo pánico a las alturas. Vivo una soledad concurrida. Duermo solitario con la luz encendida. No me aguanto a mi marido. Tengo miedo a fracasar. Me odio con todas las ganas. Me persigue el sueño de lanzarme de una terraza. Me muerde un deseo irrefrenable de muerte.
La gravedad de las heridas no siempre lleva al paciente de paseo por la puerta del tiempo para poder sanar, a veces, la respuesta está ahí, vecina, en la garrotera de hace dos años.
Usted me mató primero
No todos los que envían chorros de oxígeno al cerebro y la sangre salen arreglados, ¡el paciente tiene que tener ganas de verdad! El oxígeno le ayuda a poner reflectores en todos sus rincones y a crecer la atención; a fin de cuentas asiste a una auto fascinación dirigida. Sin embargo, debe sufrir un ansia profunda de limpiar su baúl.
Cuando la convivencia con un padre violador o una madre militar, atormentan al paciente, ¡sorpresa! En el paseo por su historia se encuentra con que, el atormentado, antes fue su violador o su marimandón.
Cleopatra, Bolívar y Hitler juntos
Algo que definitivamente enfiesta al auditorio, es que en un trance cuando el paciente se asoma a su esencia pasada, reciente o remota, se encuentre a: Bolívar en su caballo, a Cleopatra añorando a Marco Antonio o a Hitler soberbio del holocausto. Los aliviadores ni se inmutan, ni buscan las pecas del superhombre.
Bien podría tratarse del personaje, lo que no interesa, o simplemente obedecer a proyecciones mentales del sibilino. Así las cosas, el terapeuta se centra en reparar los agujeros del sótano.
Si pierdes el año te toca repetir
De la incredulidad en el tema, se encargaron muchas religiones, quienes a través de la historia, huérfanas de argumentos, se han empecinado en tapar con pecados, miedos y culpas lo que Allan Kardec reveló hace ya más de un siglo: "Nacer, morir, renacer otra vez, y progresar siempre, tal es la ley".
Los prelados de la iglesia, aterrados, han creído que si los convencidos saben que tienen otro chance va a ser muy difícil mantener en fila el rebaño. Han sido estrategas para disfrazar la verdad. Y para tener los feligreses quietos en la hilera, los han amarrado con la invocación del gran susto: Por tus pecados te consumirás en el fuego eterno del infierno. Y es probable que contando lo que dicen los caminantes después de asomarse por todas sus ventanas en trance, hubiera sido más fácil aquietar el rebaño.
—La regresión muestra una verdad de escuela: cada vida es una prueba, y sólo se aprueba cuando se supera, si no, toca repetir.
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