viernes, enero 22, 2016

Mi hijo duerme en mi cama



Cuando Raquel y Sergio llegan a casa agotados, tras una interminable jornada, saben que todavía les queda su segundo “trabajo”: dos mellizos encantadores de 9 años que, tras la cena, los abrazos y los besos, deben irse a la cama… o eso es lo que debería ocurrir. Pero, en realidad, cuando no se trata de uno que se levanta a beber agua, es el otro que va al baño y, si no, son ambos que se levantan para pedir quedarse un ratito viendo la tele…por si les “coge” el sueño. Aunque, debe ser un sueño escurridizo, porque nunca “les coge” y, finalmente, sólo se van a regañadientes a la cama si es en la cama de sus padres, en compañía de estos. Y, es aquí dónde llega la primera pregunta ¿han hecho bien Raquel y Sergio?
¿Qué es el co-sleeping?

Si el niño duerme con alguien del entorno familiar – ya sean padres, hermanos, abuelos, primos o cuidadores– podemos hablar del co-sleeping, nombre dado por los pediatras Ferber y Lozoff quienes llevaron a cabo una investigación en USA, entre 1980-1990, según la cual en el 30% de familias blancas y el 70% de las familias negras, era habitual que los niños durmieran con sus padres.

Otro estudio publicado en Acta Pediátrica en 1982, explicaba que entre el 35-40% de los niños suecos de 2-6 años dormía, de forma habitual, con otros miembros de la familia.

Pero, estas conclusiones no significan, sin embargo, que el co-sleeping sea una práctica recomendable.

A partir de aquí, nos podemos hacer la siguiente pregunta:
¿Cuáles son las causas?

Se encuentran más seguros. Algunos padres empiezan dejando dormir a sus hijos con ellos durante los fines de semana, quizás porque el resto de la semana están muy ocupados, pasan poco tiempo con ellos y es una manera de “recompensarlos”.

Otros padres solo dejarán dormir con ellos a sus hijos si estos están enfermos para que se sientan más cómodos. E, incluso, hay aquel tipo de padre/madre que pacta con su hijo que permanecerá en su cama sólo hasta que se haya casi dormido pero, en realidad, acaba pasando toda la noche.

El hecho más importante es que, en general, se acaba convirtiendo en una costumbre. Obviamente, y aunque el niño se halle en alguna de estas circunstancias, no se le deberá dejar dormir en la cama paterna puesto que lo contrario acaba acarreando consecuencias como veremos a continuación.

Falta de espacio. La literatura médica indica que este problema no ocurre sólo en la población de status socioeconómico bajo y medio sino también en la de status alto.

Miedos a la oscuridad. Es uno de los miedos infantiles más habituales, por los cuales se piden más consultas de psicología infantil. Según una investigación conjunta de la Universidad de Murcia y de la Universidad Miguel Hernández de Elche, aparece a partir de los 18 meses de vida del bebé, aunque es más habitual en el período de 3-4 años hasta 8-9 años.

Según esta investigación, se trata de un miedo evolutivo, es decir, no patológico sino asociado al propio desarrollo del menor y que, adecuadamente tratados, pasan con un cierto tiempo y sin otros problemas asociados.

Sin embargo, si este miedo no es tratado puede convertirse en una fobia, es decir, un miedo irracional a la oscuridad, denominado nictofobia o escotofobia.

Pesadillas y terrores nocturnos. Ocurre en niños entre 3-5 años ya que van descubriendo el mundo a la vez que van madurando emocionalmente. Así, cualquier miedo, ya sea a la oscuridad, a los ruidos, a los fantasmas o al monstruo que aseguran aparece, en cuanto mamá o papá se van de su habitación, origina un sufrimiento al menor que se debe tener en cuenta. Es necesario acompañarle de nuevo a su cama, “registrar” la habitación en búsqueda del monstruo pero, también, escuchar atentamente al niño, empatizar con él, tranquilizarlo y hacer que se sienta comprendido y apoyado.

Acontecimientos vitales que puedan resultar traumático para el menor. Divorcio, separación, peleas, discusiones, agresiones, accidentes, actos de violencia, catástrofesnaturales, pérdida de un ser querido…Producen de forma directa miedo a dormir solos por miedo a la oscuridad, a los monstruos, a los ruidos,…lo cual genera un estado de ansiedad que el menor no logra comprender y, de aquí, sufrimiento emocional. En estos casos se genera un trastorno por estrés postraumáutico que requiere de un tratamiento adecuado.

Problemas en el colegio. Ya sea porque el menor sufre acoso escolar o porque tiene un deficiente rendimiento académico debido a desmotivación, hipolaboriosidad, actitud negativa con los profesores, con los compañeros o con el propio colegio… Puede producir serias alteraciones del sueño y miedo a dormir solo. Asimismo, será necesario consultar con un profesional si la situación se perpetúa y se altera notablemente la calidad de vida del niño.

Relaciones con nueva pareja de mamá o papá. Si el menor ocupa el lugar que debería estar ocupando la nueva pareja de mamá o pareja, se establece un obstáculo nuevo en la relación con dicha persona y, al mismo tiempo, de la pareja entre sí puesto que no pueden mantener una intimidad en la que tener relaciones sexuales, por ejemplo, lo cual puede acabar con la propia relación de pareja.

¿Qué consecuencias se pueden esperar? 

El menor puede acabar siendo tan dependiente que, al ser adolescente, no pueda pasar – por ejemplo, de acampada – una noche fuera de casa.
El niño se puede sentir confuso acerca de su rol en la casa, su tendencia sexual e, incluso, las relaciones que mantiene con sus padres. Aunque estas preocupaciones serán en forma de pensamientos recurrentes, el menor tiene tendencia a no hablar de ello, pero lo que sí es cierto es que, con el tiempo, acabará teniendo un trastorno más importante.
De forma poco saludable, los padres se verán abocados a una situación con poca intimidad y relaciones sexuales, lo cual acaba por deteriorar la relación.
Un sueño inadecuado compromete la segregación de cortisol o melatonina en los niños así como de la hormona del crecimiento lo cual puede producir alteraciones en la estatura.
Todo aquello que pueda perturbar el sueño del menor como ronquidos, ruidos, movimientos debidos al compartir una misma cama, favorece a medio y largo plazo la aparición de trastornos del sueño como insomnio, parasomnias, hipersomnia,…
Para los niños con miedos, dormir en la misma cama que sus padres, alivia transitoriamente el miedo durante la noche pero les complica enfrentarse a la situación temida.
Dormir con papá y mamá también puede tener efectos negativos en la seguridad, autoestima, afectividad o carácter.

Pautas para ayudar a un niño a dormir solo

Dar la señal de que es la hora de ir a dormir. Para crear un hábito, es necesario que exista una señal rutinaria y repetitiva que nos muestre que se ha iniciado, precisamente, dicha rutina. Para ello, deberéis tener en cuenta la edad del niño. Si es un niño de tres años y le dices que son las diez, no lo entenderá igual que si suena una canción – más bien relajante, tipo nana – a esa hora. Pero, sin embargo, si vuestro hijo tiene nueve años, le podéis decir que las 22 horas es la hora límite para irse a la cama.

Antes de la señal, los niños deben hacer actividades relajantes y tranquilas. Si diez minutos antes de que tu hijo se vaya a la cama estás jugando con él a la videoconsola, con un juego violento y de muchos destellos, piensa que habréis excitado a las neuronas por unas cuantas horas. Por tanto, no te parezca raro que esa noche no duerma. De la misma manera, no se le deben dar bebidas refrescantes que contengan cafeína.

Establecer una rutina. Marcamos la señal, acompañamos al niño a la cama y nos podemos quedar un tiempo leyendo un cuento o un libro o, simplemente, hablando. Pero hay que marcar un tiempo límite puesto que si nos quedamos más tiempo, corremos el riesgo de convertirnos nosotros mismos en una nueva señal, con lo cual se acabará convirtiendo en un hábito y, luego, en una rutina. 

Con niños mayores que pueden levantarse de la cama en cuanto os hayáis ido de la habitación, deberéis acumular mucha paciencia y volver a llevarlo a su cama, calmarlo y volver, junto con tu pareja, al lugar de la casa en dónde estuvieras. A pesar de que al principio el niño puede tener algo de ansiedad, lo acabará por comprender.

Fortalecer la rutina. La primera vez que consigáis que vuestro hijo despierte en su cama le debéis felicitar adecuadamente: aplausos, abrazos, besos, cosquillas, felicitaciones y alabanzas. Se debe sentir reconfortado y apoyado para que, de esta manera, se pueda quedar definitivamente establecida la nueva rutina.

Reiterar y perseverar. El hábito se debe mantener de una forma constante, cada noche, para poder crear una rutina. Cuando hayan pasado unos cuantos días, el niño ya se habrá acostumbrado y acaba interiorizando que debe dormir en su cama solo.

Lo que no debéis hacer. Llevarte al niño a vuestra cama si es un día que no se duerme. Una vez completada la rutina, apagad la luz o, en el caso de niños con miedos, dejar una luz tenue. Si es un niño más pequeño que empieza a llorar porque “ha visto un monstruo”, id a la habitación y tranquilizadlo allí pero sin sacarlo de su cama. Si hacemos lo contrario, no nos habrá servido de nada crear un hábito ni establecer una rutina y deberemos volver a empezar desde el inicio.

Decálogo para la buena higiene del sueño infantil

1. El sueño es un hábito que necesita de un aprendizaje y del respeto de un horario y condiciones favorables de temperatura, silencio y luz.

2. A partir de su cuarto o quinto mes, el bebé debe dormir en su propia habitación.

3. Desde que es pequeño, es importante enseñar al niño a dormir solo, no en el sofá o en la cama de sus padres por mucho que después sea trasladado a la suya. Se le puede ayudar con la lectura de un cuento y dejándole una luz tenue.

4. No es conveniente acostarse en la cama del niño hasta que se duerma ya que, así, se disminuye el desarrollo de su autonomía. Los fines de semana se le puede permitir que vaya un ratito por la mañana a la cama de los padres.

5. Es importante respetar una rutina a la hora de ir a la cama y enseñarle que hay que ir a dormir porque todos necesitamos descansar.

6. Si el menor se despierta a medianoche asustado, es necesario tranquilizarle, mimarle un poquito, pero mostrándose firmes en que continúe durmiendo solo.

7. No es recomendable permitir que a media noche se vaya a la cama de los padres, abuelos, hermanos…

8. Conviene no ponerle la televisión y ayudarle con suavidad a volverse a dormir.

9. No hay que premiar al niño por dormir bien sino enseñarle que eso es lo normal. Es aconsejable reducir el exceso de gratificaciones a los que se acostumbra ahora a los niños cuando cumplen con su deber.

10. Padre y madre tienen que compartir los mismos criterios y la misma autoridad ante la hora de ir a acostarse y respetar las normas del sueño.

María Dolors Mas es psicóloga

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