domingo, marzo 16, 2014

¿Por qué mentimos? una conducta milenaria, a la luz de la psicología



Según los especialistas, nadie puede asegurar que jamás miente o ha mentido, sólo que algunos lo hacen ocasionalmente y otros la adoptan como parte de su discurso diario. Las primeras nociones de verdad las aprendemos desde muy pequeños

Claudia Bonato

Entender qué es la mentira y por qué alguien miente es bastante más complejo de lo que parecería a simple vista, en especial porque se trata de una conducta que cuenta con mala reputación social, que la mayoría de las personas condenan, y que pocos reconocen como propia. Sin embargo –sostienen los especialistas– "quien asegura que jamás miente o ha mentido, está faltando a la verdad".

“Cuando éramos chicos, nuestros padres nos enseñaron que no decir la verdad estaba mal; pero, al mismo tiempo, si algún familiar nos regalaba un juguete que nos resultaba horrible y nos animábamos a expesarlo, justamente con la intención de contentar a nuestros padres y demostrarles que los habíamos escuchado, nos frenaban con un reto acompañado de: “ni se te ocurra decirlo”, y otras frases por el estilo. Entonces, sentíamos una gran confusión en torno al tema y nos quedábamos llenos de dudas”, explica la psicóloga Adriana Guraieb, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina, en diálogo con Rosario3.com.

“Entonces, en qué quedamos –nos preguntábamos–, ¿no hay que mentir nunca o en algunas ocasiones sí se acepta que se falte a la verdad? Frente a episodios como éste, los padres solían decirnos que no todas las situaciones eran iguales y que teníamos que aprender a diferenciar, cuándo había que decir la verdad y cuándo una verdad podía resultar hiriente u ofensiva para otros”, señaló la profesional. "El gran desafío era aprender a diferenciar una situación de otra".

Por qué mentimos

“Hay muchos tipos de mentiras y causas para mentir; algunas saludables, otras dañinas. Posiblemente la mentira surja como una necesidad, ante una posible amenaza real o fantaseada de perder nuestro lugar, nuestro prestigio, una relación sentimental. En estos casos podemos pensar a la mentira como un mecanismo de defensa contra la angustia de pérdida y esta característica la convierte en universal, sin respetar credos, edades o parentescos.

Todos podemos mentir; seamos padres, hijos, jefes, empleados, amigos, esposos, esposas, todos”, señala Guraieb y agrega que “en algunas oportunidades, también mentimos para eludir responsabilidades. Aunque no sea cierto, decimos: «no me llegó tu mensaje; no pasé por casa o no revisé las llamadas, etc.»”.

“La mentira –dice– suele estar asociada a determinados beneficios que queremos conseguir o que no queremos perder. Mentimos porque queremos gustar, agradar, salvar la imagen, ser aceptados. Mentimos porque queremos dar una buena imagen; entonces enmascaramos nuestros defectos o mostramos sólo lo mejor. Mentimos para acceder a un puesto de trabajo o porque si mentimos podemos evitar un castigo. Todas éstas podrían agruparse dentro de las denominadas «mentiras protectoras»”.

Mentir y saber mentir

Es sabido que cualquiera puede mentir; pero no todas las personas lo hacen con la misma destreza, ni con la suficiente habilidad como para que su mentira resulte creíble y consiga el efecto buscado.

“Mentir bien supone inteligencia para tener el conocimiento cabal de la verdad; supone entender qué es lo que el otro quiere escuchar o mejor dicho, entrar en la mente de quien escuchará la mentira. Estas capacidades convierten a la mentira en un hecho creativo, y no hablo de las intenciones que pueden ser sublimes o dañinas; hablo de lo que se requiere para mentir con convicción”, expresa la profesional.

Hay situaciones muy diversas que crean un contexto especial para la mentira. “Cuando una persona cercana tiene una enfermedad terminal, algunos desean conocer la verdad; otros, en cambio, necesitan con desesperación aferrarse a la esperanza de un mañana y de una posible curación y prefieren no escuchar algo que los aleje de esa posibilidad. Frente a esto uno se pregunta: ¿puede juzgarse de mentirosa a la persona que omite el diagnóstico? Este tipo se inscribe en el grupo de las denominadas «mentiras blancas»”.

“También hay mentiras muy bien toleradas por la sociedad que, aún sabiendo que se exageran las virtudes o se agrandan las cualidades de determinado producto que se vende en el mercado, por ejemplo, igual lo compra.

La mentira compulsiva

Es un modo muy enfermo que está arraigado en la personalidad de quien miente y puede tomar formas extremas, ya que esa persona vive en un estado permanente de ansiedad. Cuanto más miente, más deseo tiene de seguir haciéndolo. Y cuando ya no puede diferenciar la realidad de la mentira, termina creyéndose su mentira. Esta enfermedad se llama mitomanía.

Citando al investigador Paul Ekman, Guraieb menciona algunos componentes visibles cuando una persona miente: “el cuerpo se inclina levemente hacia adelante; traga más saliva, puede tener más sed; se toca más la cara; evita mirar a la cara a su interlocutor; puede aumentar los lapsus en el discurso, puede aumentar las negaciones («yo no lo hice»; «jamás se me ocurriría»;«yo no sabía»), por ejemplo; disminuye el parpadeo y mira fijo”.

“No obstante –aclara la profesional– el autor sostiene que no hay indicios seguros a la hora de definir que lo que se dice es efectivamente, una mentira. No es fácil asegurarlo, son sólo aproximaciones”, remarcó.

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