Carl G. Jung es un autor interesante que aboga por traer al consciente lo inconsciente, como medio para tomar las riendas del propio destino: lo que niegas, te somete… Lo que aceptas, te transforma. Nada cambia sin previa comprensión… Tampoco el ser humano.
A menudo, vivimos inmersos en lo que en la india denominan maya: una existencia que no es más que un sueño, un juego de sombras chinas, la persecución de unos logros que tienen por precio nuestro desarrollo personal, nuestro autoconocimiento, nuestra felicidad… Quemamos nuestra vida persiguiendo lo fútil, lo perecedero, lo aparente, todo aquello a lo que nos empujan unas pulsiones que no conocemos ni somos capaces de controlar. Como en un sueño, no vivimos… Somos vividos.
Más nos vale volver la mirada hacia nuestro interior, viajar a ese fondo de nuestra alma donde el corazón se convierte en puerta hacia el Infinito, tomar consciencia de nuestra oscuridad como paso previo a la iluminación, volvernos sobre nosotros mismos para poder así abrazar el Absoluto. Hay una chispa divina en nuestro interior, esperando a que la descubramos y la hagamos arder, llenando así de luz y amor toda nuestra existencia y la de quienes nos rodean. Dediquemos unos minutos cada día a profundizar en nuestra alma, a avanzar por el camino de la introspección, la meditación y la contemplación… Cada paso que demos en esta senda nos estará acercando, un poco más, a nosotros mismos y a nuestro destino, permitiéndonos descubrir que todo lo que nos sucede es un empujón que nos impulsa hacia nuestro lugar en el mundo… Lugar en el que encontraremos la paz, la dicha y la felicidad.
Porque sólo desde nuestra más auténtica naturaleza, desde el descubrimiento, conocimiento y aceptación de quienes somos, podremos vivir nuestra vida y no la de otro, podremos vivir y no ser vividos. La consciencia es un presupuesto del ser. Recordemos lo que ya decía Jung: “Una vida no vivida es una enfermedad de la que se puede morir”. Nacemos siendo únicos y originales. Por favor, no muramos siendo una simple copia… Repleta, eso sí de cosas.
Ser -y no tener- es el objetivo de la existencia. Sé tú mismo, sé quien puedes y debes ser… No te contentes con menos, ni aspires a más.
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