sábado, marzo 23, 2013

LA PSICOTERAPIA NOS FUNCIONA


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Las personas sienten, piensan y actúan, de modo que tanto su felicidad como su dolor están condicionados por la interacción de tales funciones, y la de éstas con su entorno natural y social. La psicoterapia, que combate el dolor psicológico del individuo y sus consecuencias, puede definirse como el arte de curar con la palabra. Si enfatiza los aspectos intelectuales, se le llama “cognitivo”. Si se especializa en el comportamiento, se le llama “conductista”. Algunos psicoterapeutas, no obstante, intentarán en la práctica una síntesis personal e intuitiva, ecléctica, de tales tres enfoques, según cada paciente y cada momento. Es lo más sabio. Después de todo, sentir, pensar y actuar son, en la práctica, un solo proceso unificado.

Pero, ¿es eficaz la psicoterapia? ¿Funciona siempre? ¿Son mensurables sus efectos? Muchas personas lo dudan, y otras defienden lo contrario con estadísticas discutibles. En realidad, el problema es extremadamente complejo, pues la relación paciente-psicoterapeuta es íntima y secreta por definición y, como en todo lazo humano, los factores involucrados son numerosos.

Se trata de un vínculo complejo donde intervienen al menos: – la pericia del terapeuta, – su madurez personal, – el método empleado, – el grado de confianza del paciente, – su grado de motivación para sanar; – el lazo afectivo mutuo – la clase y gravedad del problema, – las apoyos e interferencias externas (familia, amigos, trabajo, etc.)… Puede adivinarse, así, cuán distintas e imprevisibles pueden llegar a ser las relaciones paciente-terapeuta y sus resultados terapéuticos.

Cuando no se alcanzan ciertos mínimos indispensables podemos hablar de “malos” psicoterapeutas, así como de “malos” pacientes. Por eso unas terapias son funestas o interminables, y algunos pacientes “viajan” continuamente de terapeuta en terapeuta. Cuando sucede esto último, la causa suele hallarse en el propio paciente.¡Algunas de ellas ni siquiera se consideran merecedoras de ser felices! Por eso, tal como los fumadores que fingen “no poder” dejar su hábito -cuando lo cierto es que secretamente no quieren-, esos pacientes simulan “esforzarse” en cambiar… pero haciendo todo lo necesario para sabotear o romper habitualmente sus terapias (justificándose en la falta de tiempo o dinero, el cansancio, la falta de resultados, el enfado con el terapeuta. Y es que, evidentemente, nadie sana si no quiere hacerlo.

El terapeuta no es un mago. De igual modo que el médico no “da” la salud, sino que sólo la facilita; o los padres no “enseñan” a caminar al niño, sino sólo le ofrecen estímulo y ayuda para que aquél se esfuerce continuamente en mover las piernas, así también el terapeuta ofrece auxilio, afecto, guía, herramientas a su paciente… pero sólo éste puede, si quiere, tomar la mano amiga y elegir crecer.

Una buena relación psicoterapéutica es, con todo, uno de los vínculos humanos más ricos, profundos, hermosos y curativos que se pueden dar. La psicoterapia es el arte -que no ciencia- de escuchar, confiar, respetar, expresarse, comprender, descubrir, compartir afecto y conocimiento. Es, en última instancia, una forma de amor mutuo. Por eso el buen psicoterapeuta, como el buen padre, el buen médico o el buen maestro, debería ser un humanista cargado de respeto y amor hacia sus pacientes, su profesión y la vida.

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