Este es un ensayo de Víctor Frankl, neurólogo, Psiquiatra y psicoterapeuta austriaco, sobreviviente del holocausto y el fundador de la disciplina que conocemos hoy como Logoterapia.
¿Quién te hace sufrir? ¿Quién te
rompe el corazón? ¿Quién te lastima? ¿Quién te roba la felicidad o te quita la
tranquilidad? ¿Quién controla tu vida?...
¿Tus padres? ¿Tu pareja? ¿Un
antiguo amor? ¿Tu suegra? ¿Tu jefe?...
Podrías armar toda una lista de
sospechosos o culpables.
Probablemente sea lo más fácil.
De hecho sólo es cuestión de pensar un poco e ir nombrando a todas aquellas
personas que no te han dado lo que te mereces, te han tratado mal o simplemente
se han ido de tu vida, dejándote un profundo dolor que hasta el día de hoy no
entiendes.
Pero ¿sabes? No necesitas buscar
nombres. La respuesta es más sencilla de lo que parece, y es que nadie te hace
sufrir, te rompe el corazón, te daña o te quita la paz. Nadie tiene la
capacidad al menos que tú le permitas, le abras la puerta y le entregues el
control de tu vida.
Llegar a pensar con ese nivel de
conciencia puede ser un gran reto, pero no es tan complicado como parece. Se
vuelve mucho más sencillo cuando comprendemos que lo que está en juego es
nuestra propia felicidad. Y definitivamente el peor lugar para colocarla es en
la mente del otro, en sus pensamientos, comentarios o decisiones.
Cada día estoy más convencido de
que el hombre sufre no por lo que le pasa, sino por lo que interpreta. Muchas
veces sufrimos por tratar de darle respuesta a preguntas que taladran nuestra
mente como: ¿Por qué no me llamó? ¿No piensa buscarme? ¿Por qué no me dijo lo
que yo quería escuchar? ¿Por qué hizo lo que más me molesta? ¿Por qué se me
quedó viendo feo? y muchas otras que por razones de espacio voy a omitir.
No se sufre por la acción de la
otra persona, sino por lo que sentimos, pensamos e interpretamos de lo que
hizo, por consecuencia directa de haberle dado el control a alguien ajeno a
nosotros.
Si lo quisieras ver de forma más
gráfica, es como si nos estuviéramos haciendo vudú voluntariamente, clavándonos
las agujas cada vez que un tercero hace o deja de hacer algo que nos incomoda.
Lo más curioso e injusto del asunto es que la gran mayoría de las
personas que nos "lastimaron", siguen sus vidas como si nada hubiera
pasado; algunas inclusive ni se llegan a enterar de todo el teatro que estás
viviendo en tu mente.
Un claro ejemplo de la enorme
dependencia que podemos llegar a tener con otra persona es cuando hace algunos
años alguien me dijo:
"Necesito que Pedro me diga que me quiere aunque yo sepa que es mentira. Sólo quiero escucharlo de su boca y que me visite de vez en cuando aunque yo sé que tiene otra familia; te lo prometo que ya con eso puedo ser feliz y me conformo, pero si no lo hace... siento que me muero".
"Necesito que Pedro me diga que me quiere aunque yo sepa que es mentira. Sólo quiero escucharlo de su boca y que me visite de vez en cuando aunque yo sé que tiene otra familia; te lo prometo que ya con eso puedo ser feliz y me conformo, pero si no lo hace... siento que me muero".
¡Wow! Yo me quedé de a cuatro
¿Realmente esa será la auténtica felicidad? ¿No será un martirio constante que
alguien se la pase decidiendo nuestro estado de ánimo y bienestar? Querer
obligar a otra persona a sentir lo que no siente... ¿no será un calvario
voluntario para nosotros?
No podemos pasarnos la vida
cediendo el poder a alguien más, porque terminamos dependiendo de elecciones de
otros, convertidos en marionetas de sus pensamientos y acciones.
Las frases que normalmente se
dicen los enamorados como: "Mi amor, me haces tan feliz", "Sin
ti me muero", "No puedo pasar la vida sin ti", son completamente
irreales y falsas. No porque esté en contra del amor, al contrario, me
considero una persona bastante apasionada y romántica, sino porque realmente
ninguna otra persona (hasta donde yo tengo entendido) tiene la capacidad de
entrar en tu mente, modificar tus procesos bioquímicos y hacerte feliz o hacer
que tu corazón deje de latir.
Definitivamente nadie puede
decidir por nosotros. Nadie puede obligarnos a sentir o a hacer algo que no
queremos, tenemos que vivir en libertad. No podemos estar donde no nos necesiten
ni donde no quieran nuestra compañía. No podemos entregar el control de nuestra
existencia, para que otros escriban nuestra historia. Tal vez tampoco podamos
controlar lo que pasa, pero sí decidir cómo reaccionar e interpretar aquello
que nos sucede.
La siguiente vez que pienses que
alguien te lastima, te hace sufrir o controla tu vida, recuerda: No es él, no
es ella...
ERES TÚ quien lo permite y está
en tus manos volver a recuperar el control.
"Al hombre se le puede
arrebatar todo, salvo una cosa: La última de las libertades humanas- la
elección de la actitud personal que debe adoptar frente al destino- para
decidir su propio camino".
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