Eso lo sabemos los psicólogos
y por supuesto los analistas que la angustia no permiten el espacio para las
palabras, tampoco para los proyectos y los deseos. Y de ello dieron cuenta Julián
y Mateo, de 7 y 8 años respectivamente.
Estaban jugando en el
parque, de pronto Mateo le dijo a Julián: escribamos todos nuestros secretos en
un papel, lo firmamos y es nuestro pacto y luego lo escondemos en un lugar
donde nadie lo vea. Así lo hicieron. Cobijados por la inocencia, apenas terminaron de vaciar en el papel todas
sus agonías, Mateo le pidió a su mamá
que cociera las hojas. “Qué es eso hijo”. Nada mamá, es algo entre Julián y yo.
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