domingo, octubre 12, 2014

Terapia de pareja: Cuándo es el momento indicado para consultar



Nuestros vínculos representan una de las áreas más desafiantes de nuestra vida porque son como espejos que nos muestran nuestra realidad interior. Hay una máxima ocultista que dice: “Como es adentro es afuera, como es afuera es adentro”.

Esto implica que si en la relación en la que paso una gran parte de mi vida, se están manifestando uno o varios conflictos, es necesario revisar qué anda pasando.

No va más

En general, cuando una pareja decide pedir ayuda terapéutica hay alguna situación en la que sienten que están atascados. La sensación es que “así, no va más”. Estos sentimientos de incomodidad no aparecen de un día para otro; suelen ser el resultado de una acumulación de pequeñas (o grandes) actitudes, sentimientos y conductas que generan ruido interno (a uno y -por lo general- a los dos) a las que no se presta atención en el momento en que aparecen. Y cuando se van juntando capa tras capa, llega un momento en el que la coraza entre lo que hace bien y lo que realmente ocurre es dura, incómoda, difícil de aceptar, que impide estar blanditos y abiertos al placer de la vida de relación.

Las crisis o situaciones extremas requieren acciones para la transformación. La vida es en realidad una sucesión de crisis y resoluciones que van ocurriendo una tras otra, con más o menos tiempo entre cada una de ellas. El cambio es una cualidad inherente de la existencia en todas sus manifestaciones. Todo está constantemente modificándose. La homeostasis (un conjunto de fenómenos de autorregulación, que permiten mantener las propiedades internas de un organismo) implica la capacidad de enfrentar las modificaciones del entorno y adaptarse para recuperar el equilibrio. Esto requiere voluntad y acción. A veces se puede solos; otras, es necesario pedir ayuda.


Antón Pirulero: asumir la responsabilidad del propio juego

El concepto de espejo en las relaciones es uno de los más complejos de comprender para muchas personas. La idea de que el otro me muestra algo propio (en especial de los aspectos sombríos o difíciles de la propia vida) implica la necesidad de hacerse responsable de la parte en la que podemos hacer algo. Del 100% de una relación, cada persona tiene el 50% de responsabilidad, ni más ni menos.

Algo que suele verse con frecuencia en el consultorio cuando se trabaja con parejas es la tendencia a querer, pretender o necesitar que el cambio lo haga el otro. “Él es el que tiene que cambiar eso”, “Si ella no deja de..., qué quiere que yo haga...”, etc. La mala noticia con respecto a esto es que esperar que en un vínculo cambie el otro nos lleva indefectiblemente a la frustración. La buena noticia es que cada persona tiene la posibilidad de observar qué de la conducta o actitud del otro resuena internamente (muestra el propio dolor, rabia o incomodidad) y entonces se puede trabajar sobre las propias carencias. La única persona sobre la que realmente cada uno tiene poder es sobre sí misma.

Cuáles son las áreas principales de conflicto

Un altísimo porcentaje de los conflictos vinculares tiene su origen en la comunicación: la posibilidad de registrar sentimientos y necesidades y expresarlos de una manera correcta, cuidadosa (de ambos) y oportuna con la finalidad de recuperar la armonía. La comunicación atraviesa casi todas las áreas del vínculo: la sexualidad, la convivencia, instancias de represión tan intensa de sentimientos que genera violencia, las luchas de poder, diferencias de valores, la crianza de los hijos, la relación con la familia de origen, la toma de decisiones, el manejo del dinero, la asunción de responsabilidades, entre otras posibilidades.

En la mayoría de los casos, de alguna manera y en algún momento se cortaron los puentes que permiten la fluidez en la comunicación clara, abierta, cuidadosa y amorosa de lo que le pasa a cada uno y lo que necesitan para sentirse en paz.

La función del terapeuta y de la terapia

Un terapeuta es una persona que acompaña (la palabra terapia, en su etimología, significa acompañamiento). Es un facilitador de procesos. En muchas ocasiones los dos integrantes de una pareja van al terapeuta con la intención (abierta o solapada) de encontrar “un aliado” en contra de su compañero: “¿no es cierto que tengo razón?”, “¿verdad que es ella la que está equivocada?”, “decile, vos que lo ves, lo que él tiene que cambiar para que estemos mejor”.

El/la terapeuta tiene como tarea ofrecer una plataforma, abrir un espacio para facilitar la comunicación, la expresión de necesidades y sentimientos reprimidos o canalizados de una manera poco efectiva. Ayuda a ver mecanismos de relación disfuncionales, que los llevan a los lugares de malestar en los que viven actualmente.

El espacio terapéutico es una instancia de aprendizaje, de apertura hacia nuevas posibilidades que quizás las personas no habían visto. La función del terapeuta es acompañar a sus consultantes a verse a sí mismos y abrirse realmente a ver a su pareja. A veces, las personas tenemos un mecanismo muy arraigado de tomar en cuenta solamente lo que nos pasa a nosotros sin darnos cuenta de que en una relación, siempre somos dos. O en otras ocasiones, hay quienes tienen tanta necesidad de sentirse acompañados, que pasan por alto necesidades reales y profundas que hacen al bienestar vital. Y eso los va apagando y enfermando.

A ambos los atraviesan emociones, tienen necesidades, practican mecanismos conocidos de respuesta o reacción frente a las distintas situaciones. Una de las funciones de la terapia es permitir dar lugar a lo que les pasa a los dos, sin quedarse estancados en un lugar egoísta y autorreferente o tan desconectado de sí mismo/a que la persona se pierde en el vínculo.

Disposición real al cambio

Una de las condiciones necesarias e indispensables para que una terapia de pareja sea exitosa es que ambos integrantes realmente tengan la necesidad interna y la disposición a aportar su granito de arena para que haya un cambio. El proceso no es mágico. Requiere responsabilidad y capacidad de asumir el 50% que le toca a cada uno.

Los seres humanos tenemos una tendencia natural a permanecer en espacios cómodos, lo que se denomina “zona de confort”. Son situaciones conocidas, en las que sabemos cómo nos sentimos, cómo son las consecuencias si actuamos de determinada manera y podemos predecir el comportamiento propio y del otro o los resultados de nuestra acción o inacción. Quedarse en la zona de confort tiene, por supuesto, sus ventajas: no tenemos que arriesgarnos a algo que no conocemos (que a veces tememos que pueda ser peligroso o doloroso), nos mantiene en un área de equilibrio (supuestamente, “no se romperá nada”), tenemos la posibilidad de quejarnos y “ser las pobres víctimas de las espantosas situaciones” que nos toca vivir. Y así cada uno podría encontrar unas cuantas.

Sin embargo, es evidente que la situación tal como está produce malestar, porque si no, no habría necesidad de pedir ayuda. Con lo cual es imprescindible preguntarse hasta qué punto ambos (y cada uno) están dispuestos a ver algunas conductas y actitudes propias que pueden no ser agradables de aceptar, a probar comportamientos y modos distintos a los habituales y conocidos (aun sin saber bien cómo hacerlo y hacia dónde puede llevarlos), a reconocer qué está dentro de las propias posibilidades y qué no, a enfrentarse a la realidad del vínculo hoy, sabiendo que lo que aparezca puede no ser del todo alentador ni lo que realmente se quiere.

Entonces, la pregunta obligada, antes de decidirse a empezar una terapia de pareja es: esto que ocurre hoy no me gusta. Para modificarlo y llegar a otro punto de mayor bienestar, ¿estoy verdaderamente dispuesto/a a probar un cambio con todo lo que eso implica?


Objetivos posibles de la terapia de pareja

En un proceso de terapia de pareja, los objetivos pueden ser:
Ver dónde estamos, qué pasa.
Reflexionar qué queremos del vínculo, hacia dónde vamos.
¿Cómo seguimos? ¿Seguimos?
¿Nos seguimos eligiendo?
Qué se puede cambiar y qué no.
Tomar decisiones.
Encontrar las mejores opciones para ambos.


Algunos indicadores de que puede ser necesaria la terapia juntos


Hay situaciones de agresividad y hasta violencia
Ya no es posible comunicarse con claridad, apertura y armonía
El sexo desapareció, es muy insatisfactorio o hay alguna dificultad importante
Uno (o ambos) se siente muy infeliz en la relación
Están atascados en un tema que no logran resolver
Hubo una situación de infidelidad que genera mucho resentimiento
Hay una situación de crisis familiar o personal de uno de los dos
Ya no hay amor entre los dos

Fuente: http://www.senderosdelplacer.com.ar/

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