domingo, octubre 06, 2013

La Pareja Interior

La ilusión del amor romántico. Tenemos un “libreto”, o imagen ideal previa, sobre las relaciones de pareja: una mujer y un hombre se conocen y se gustan. El hombre invita a la mujer a salir. Salen varias veces, se enamoran, se casan, y son felices para siempre.
Cuando iniciamos un vínculo, intentamos que sea exactamente como queremos: que el otro esté presente cuando así lo deseamos, que no nos moleste cuando elegimos estar a solas, que siempre nos escuche, nos contenga, nos proteja y mime, que esté dispuesto a ayudarnos a resolver nuestros problemas sin traernos demasiados problemas suyos, o, en caso de tenerlos, que acepte nuestras sugerencias para solucionarlos y las ponga en práctica inmediatamente.
Por supuesto, esto no ocurre...
Así, luego de la magia inicial, lentamente vemos que las cosas no son como esperábamos, y que comienzan a aparecer nubes en el paraíso idílico en el que creímos haber ingresado.
Cuando nuestro compañero o compañera no nos proporciona la dicha anhelada, es común suponer que nos equivocamos, y que esa no era la persona adecuada. En tal caso, volveremos a buscar a alguien que nos permita acceder de manera permanente al estado de bienaventuranza deseado; ello nos lleva a repetir el mismo proceso, sólo que con distinta compañía.

En la actualidad, el enamoramiento se ha convertido en el terreno donde intentamos encontrar el sentido trascendente de la vida. Pese a que nos cueste reconocerlo, el enamoramiento es una de las proyecciones más intensas y poderosas. Según Arthur Clarke, autor de 2001: Odisea del Espacio, la persona de la que estamos enamorados no existe: es una pantalla sobre la que proyectamos nuestros deseos, esperanzas e ilusiones. Por supuesto, si le comentáramos esta frase a cualquier persona enamorada, la rechazaría de inmediato. Su amada o amado es realmente todo lo que él o ella creen, y si alguien afirma lo contrario, seguramente se debe a que nunca estuvo enamorado, o a la envidia.
La alta tasa de divorcios en algunas culturas occidentales muestra el resultado de considerar al enamoramiento como base para una relación duradera. Si bien puede dar paso al amor, éste es un cimiento demasiado endeble para un vínculo perdurable
Debido a la proyección, el ser amado se convierte en depositario de cualidades maravillosas y excelsas que, por lo general, no posee, y no es posible amar verdaderamente a una persona cuyas características reales apenas conocemos.
No obstante, el enamoramiento no es un problema, sino una etapa con facetas positivas. Nos revitaliza, nos conecta con el entusiasmo y la pasión. La fascinación ejercida por el objeto de nuestro amor indica que se han activado aspectos inconscientes que vemos reflejados en él o ella que necesitamos descubrir a nivel interno.
Uno de los propósitos de la pareja es la expansión de nuestro corazón y nuestra conciencia, y por esta causa, toda relación reactiva los temas que no hemos resuelto a fin de que logremos ser conscientes de ellos.

El reconocimiento de los aspectos inconscientes proyectados – nuestra sombra - es un ingrediente fundamental en toda relación de pareja, y es preciso discernir entre el ser amado real y las proyecciones arquetípicas. De acuerdo a un relato en El Simposio de Platón, Sócrates y algunos de sus compañeros se reunieron en un banquete, y cada uno de los participantes daría un discurso sobre la naturaleza de Eros. Cuando llegó su turno, Aristófanes planteó que el ser humano originario era redondo, y tenía dos caras, cuatro brazos y cuatro piernas. Poseía gran fuerza y vigor, y los dioses del Olimpo, celosos de su poder, decidieron dividirlo en dos partes, una femenina y otra masculina, que desde entonces han buscado reunirse con su “otra mitad” - este es el origen del mito de las almas gemelas.
Buscamos nuestro complemento a nivel externo, en la pareja; no obstante, esta historia alude a un proceso psíquico interno. La atracción por otra persona representa la atracción por un aspecto inconsciente propio, y muchas veces, el compañero externo es tomado como sustituto de una experiencia interior.

Si bien solemos definirnos en función de nuestro género sexual, nuestra realidad psíquica indica que somos andróginos, palabra proveniente del griegoandros: hombre, y gynos: mujer. Todos poseemos una imagen femenina y masculina interna, a las que Jung llamó anima y animus. El anima es la imagen arquetípica de lo femenino que existe en todos los hombres y que éstos proyectan en las mujeres; el animus es la imagen arquetípica de lo masculino que está presente en las mujeres y que es proyectada en los hombres.
Estos arquetipos configuran la representación inconsciente que cada persona tiene del otro sexo, y por lo tanto, ejercen una influencia poderosa en nuestras relaciones interpersonales.
Durante la primera etapa de una relación, se proyecta al anima y animus positivos. Esta proyección es relativamente sencilla de sostener mientras existe un estado infantil de fusión, similar al que experimentamos en el útero materno, y cada uno de los integrantes se siente totalmente aceptado, amado y contenido por el otro.
Cuando un hombre proyecta el aspecto positivo de su anima en una mujer, ésta le resulta encantadora y fascinante; lo mismo ocurre con la mujer que tiene proyectado el animus positivo en un hombre.
Sin embargo, como todo arquetipo, el animus y el anima tienen una cara luminosa y otra oscura. Cuando hace su aparición en escena el lado negativo del arquetipo, la mujer ideal se transforma en una bruja insoportable, y el príncipe azul se convierte en un sapo repulsivo. Se produce una crisis en el vínculo, que en ocasiones se intenta “resolver” mediante la infidelidad; en otras, conduce a la ruptura.

Las expectativas frustradas indican la necesidad de retirar nuestras proyecciones para relacionarnos con la realidad de los demás. Los conflictos que se manifiestan en la pareja son un espejo de nuestro mundo interno, y si logramos permanecer en la relación cuando la ilusión comienza a disolverse, surge la posibilidad de ingresar en una fase nueva, más profunda y enriquecedora. Así, el resquebrajamiento de la proyección nos obliga a bucear en nosotros mismos para descubrir allí lo que buscábamos obtener de la otra persona: protección, incrementar la autoestima, llenar el vacío interno...
Lamentablemente, vivimos con la sensación de que el amor está fuera de nosotros, que es algo que nos dan o nos quitan, un regalo, un premio, algo que merecemos o dejamos de merecer en función de que cumplamos con determinados requisitos (ser jóvenes, delgados, atractivos, inteligentes, exitosos, carismáticos, etc.)
El amor no existe afuera de nosotros: debemos buscarlo en su morada íntima que es nuestro propio corazón.
¿Quién si no yo puede aceptarme y amarme con todas mis características? ¿Quién si no yo conoce mi pasado, no para lamentarme, sino para sanar mis heridas? ¿Quién si no yo tiene en su poder el pasaje de ida y vuelta hacia lo profundo de mi corazón?
Cuando logro darme cuenta de que soy mi propia fuente de amor, todo cambia de dirección: yo soy responsable de transformarme y de darme aquello que espero del afuera.
Trabajar para construir la propia autoestima es un acto de amor, y este amor hacia uno mismo se traduce luego en una mayor capacidad de amar verdaderamente a los demás.
Como afirmó Virginia Satir, para que dos personas estén en contacto se requieren tres partes: cada uno en contacto consigo mismo, y cada uno en contacto con el otro.

Por otra parte, para que un vínculo sea enriquecedor, es preciso que los dos integrantes de la pareja estén dispuestos a la auto-indagación necesaria para reconocer su sombra y sus propios aspectos femeninos y masculinos.
La integración de lo femenino y lo masculino no puede ocurrir mientras nos identifiquemos con una parte y sigamos proyectando la otra – no sucede entre un hombre que actúa su aspecto masculino y una mujer que actúa su aspecto femenino, sino en el interior de cada hombre y cada mujer que hayan logrado ser conscientes de ambos.

Quizás seamos capaces de lograr así lo que tan sabiamente expresó Rilke: “Tal vez haya entre los sexos mayor grado de parentesco o afinidad que el que comúnmente se supone, y la gran renovación del mundo podrá consistir en que el hombre y la mujer, una vez libres de todo falso sentir y de todo hastío, ya no se buscarán mutuamente como seres opuestos y contrarios, sino como hermanos y allegados”.


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