martes, julio 30, 2013

Por qué a veces tomamos decisiones tan tontas


Imagina que recibes un email y solo con leer un par de líneas te empiezas a disgustar. El disgusto se convierte en enfado conforme sigues leyendo. Terminas tan enfadado que en ese momento te armas de teclado y ratón, incluso te arremangas y comienzas a contestar en un tono nada diplomático… Y cuando le das a la tecla de envío una idea, muy pequeña, se te ilumina en la mente y te dices… “ay, quizá no tendría que haberlo enviado”. Si te ha ocurrido algo así, tranquilo, no eres el único o única que lo ha vivido. A veces somos “presas” de nuestras emociones que nos hacen jugar malas pasadas. El motivo está en nuestro cerebro.

Paul McLean, científico estadounidense, sugirió allá por los años 60 una teoría para entender cómo funciona nuestro querido cerebro. De un modo sencillo podríamos decir que tenemos tres sistemas neuronales interconectados, resultantes de nuestro proceso evolutivo: El más antiguo es el reptiliano o tallo encefálico. Es el responsable de ciertos patrones de agresividad, de la defensa de nuestro territorio o de los instintos sexuales básicos y que por supuesto, tienen también los reptiles.

En el segundo sistema neuronal, el límbico, reside la amígdala y es el que compartimos con el resto de mamíferos. Ahí es donde se procesan principalmente las emociones básicas como la ira, el miedo, la alegría o la tristeza.

Y el tercer y último cerebro en la evolución es el neocórtex, el que nos diferencia del resto de los animales. Gracias a él hablamos, pintamos cuadros o somos críticos. Según Paul McLean este último no actúa cual “llanero solitario”. Trabaja en colaboración con el resto de cerebro, especialmente con la amígdala. Y somos afortunados de que así sea. De otro modo, las madres no se sentirían vinculadas a sus hijos. Las crías de animales sin neocórtex, como las serpientes, tienen que esconderse de su progenitora para no ser devoradas. En ese sentido la relación es positiva. Pero también tiene otras actividades no tan beneficiosas: la amígdala es capaz de cortocircuitar nuestra capacidad de pensar con frialdad.

Aunque la teoría del cerebro triuno ha quedado superada por otras investigaciones más recientes, no cabe duda que ofrece una explicación interesante: cuando somos presa de emociones muy intensas no siempre tomamos decisiones racionales adecuadas, como la de responder a ese email estando enfadados. Nuestro segundo cerebro, el límbico, se hace con el control racional. Y el motivo es evolutivo. Si de repente veíamos un mamut corriendo hacia nosotros, para sobrevivir no era necesario pensar, tan solo actuar… es decir, salir por piernas. Sin embargo, si el problema es un email, la decisión de actuar inmediatamente no es tan inteligente. Pero ya se sabe, es el precio de un cerebro cultivado durante siglos en las cavernas. Como diría Rita Levi-Montacini, premio Nobel de Medicina en 1986:

Vivimos como en el pasado, como hace 50.000 años, dominados por las pasiones y los impulsos de bajo nivel. No estamos controlados por el componente cognitivo, sino por el componente emocional.

Así pues, si aceptamos esta realidad, veamos qué podemos hacer:

RECETAS

Identifica cuándo estás superado por las emociones (alegría, tristeza, miedo o ira) y activa internamente una señal de alarma.
Cuando estés muy enfadado, sigue el consejo que nos daban las abuelas: Cuenta hasta diez segundos, date una vuelta o consulta con la almohada. Pero enfría la emoción.
Si has de tomar una decisión en plena burbujeo emocional contrarréstalo con otra en sentido contrario. Si estás muy enfadado, piensa en algo amable; si estás eufórico, en algo que te calme.
FÓRMULA

Enfriar las emociones es un buen antídoto para evitar decisiones poco adecuadas.

Autora: Pilar Jericó

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