sábado, febrero 16, 2013

Psicoterapia de grupo: El…





El público, como cualquier otro grupo, no es más una abstracción mental basada en una idea muy elaborada que todos llevamos dentro desde nuestra primera infancia, a partir del encuentro con la familia y el colegio. La idea de grupo es el resultado de una función muy temprana, pero también muy compleja de nuestro pensamiento, capaz de poner cerco a una parte concreta de la realidad destacándola del resto, delimitándola, separándola del entorno circundante y dándole vida propia. Desde muy pequeños y casi de un vistazo podemos percibir sin el más mínimo problema incluso el “alma” de un grupo, es decir, lo más íntimo y profundo de cualquier conjunto de personas, reconocerlo en función de sus propósitos, otorgarle una intención clara, darle un nombre, un valor positivo, negativo o neutro, una identidad concreta que lo identifique a través de su historia vital sin que importe mucho que sus miembros sean sustituidos o no por otros. Ponderamos también las ventajas y los inconvenientes de estar bajo el manto protector de un determinado grupo y de acatar sus reglas, de identificarnos con sus propósitos, de ignorarlo o de huir de él, e incluso de odiarlo y hasta de querer destruirlo, como si de una realidad física o biológica se tratara.
Cuando sentimos pánico escénico, sin que podamos evitarlo, apreciamos frente a nosotros no una cantidad más o menos grande de personas que nos miran y nos escuchan, como en realidad ocurre, sino un grupo, un ente al que le otorgamos una unicidad, una función común determinada y un comportamiento previsible que nos hace sentir casi siempre inseguridad y miedo. Al público que nos observa cuando experimentamos miedo escénico tendemos a integrarlo en nuestra percepción como un ente individual, intolerante y sabio. Pudiera representarse el público en el mundo de los sueños, y de los mitos, que no son más que los sueños de la humanidad, como un monstruo con muchas piernas, de muchas cabezas y muchos brazos, un ser que nos supera, nos intimida y nos lleva a momentos difíciles del pasado, cuando éramos pequeños y teníamos que vérnosla con uno o más adultos en cualquier asunto de cierta seriedad. Cuando hablamos en público tendemos muchas veces a centrar la mirada en uno de los asistentes, quizá alguien conocido o alguna cara amable a fin de evitar la sensación de estar ante un elemento tan hostil como el que nos muestra la falsa percepción de grupo que hayamos adquirido en la infancia.
Quien experimenta pánico escénico no se da cuenta de que en realidad no le habla a un público como él cree, el público no es más que una imagen mental, le habla a cada uno de los asistentes, a cada uno en particular aunque a todos a la vez, razón por la cual percibe, a partir de un número casi siempre indeterminado de personas y en la mayoría de los casos de muy diversa índole y con grandes diferencias motivacionales, una falsa unicidad que le intimida. Lo que llamamos “público” llega incluso a tener las características de un ser intolerante y con privilegios especiales para ridiculizarnos, desmentirnos o desautorizarnos sin el más mínimo recato, porque es así como nos sentíamos ante los mayores cuando nos pedían un esfuerzo de habilidad, de ingenio, de memoria o de inteligencia para superar la prueba que nos habían impuesto y que de no hacerlo con suficiencia podría acarrearnos disgustos e incluso castigos.
El miedo escénico nos habla de forma indirecta de la importancia que damos a los grupos, de la necesidad que tenemos de elevarlos a las cumbres de nuestra admiración y albergar así la esperanza obtener de ellos elementos afectivos más o menos confesables y de conocimiento que nos ayuden a sobrellevar la vida. El pánico escénico es la exageración de ese miedo normal que cualquiera de nosotros puede sentir al estar ante un grupo debido a sus experiencias infantiles con los mayores, a la educación más o menos autoritaria que haya recibido y a la necesidad de amos que tenga esa persona, es decir, a la necesidad de identificaciones con entidades de orden superior a la suya, que a cambio de ponerle en riesgo de sentir inseguridad y de mermar su libertad personal le facilite la posibilidad de conseguir autoestima, protección, consuelo, alivio, ideas y experiencias.
Tanto el miedo como el pánico escénicos nos hablan de de que el grupo representa para nosotros algo más que la suma de sus partes, y de que ese “algo más” satisface muchas necesidades humanas y de muy diversa índole pero a la vez, y en proporción directa a nuestras necesidades particulares de idealización de grupos y de amos nos hace sentir indefensos, como niños tratando de pasar un examen.
Salvador Crossa Ramírez.
http://www.lagotaquecalmaelvaso.es/

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